La quinta ola del covid no ha devuelto a Canarias, ni a los principales destinos turísticos españoles, al panorama desolador de los peores momentos de la pandemia, ni mucho menos. La situación epidemiológica no es la misma. Las barreras a la movilidad, al menos en Canarias y en el conjunto de Europa, se han ido levantando progresivamente, aunque países emisores de viajeros como Alemania, Holanda o Francia ponen reparos a quienes visitan España -con el Archipiélago incluido-, mientras Reino Unido se lo piensa. Con todo, gran parte de los potenciales visitantes ya han optado por adaptarse a un nuevo entorno e intentar hacer compatible las precauciones contra el virus y la recuperación, en lo posible, de la normalidad. Pero sí es cierto que la vaticinada recuperación de la actividad turística se ha quedado, tras un julio que ha ido de menos a más y un agosto renqueante, muy lejos de las aspiraciones de una potencia turística como la región, a la que el turista local y peninsular contribuyen algo a oxigenar.

Las perspectivas del ministerio de Industria, Comercio y Turismo de recuperar este verano el 50% de las visitas internacionales del periodo precovid (y el 70% a final de año) parece que están lejos de hacerse realidad de no acabar el verano con un nivel de ocupación similar al de la situación previa a la pandemia, algo altamente improbable.

Quizá se deba considerar que Canarias, un destino que durante años ha tenido el viento a favor en un contexto que favorecía el turismo en la región (alimentado por los vuelos económicos, la oferta de primera calidad a precios asequibles, el cierre de otros destinos competidores...), juega en cambio con peores bazas en la situación actual, en la que la oferta de las aerolíneas ha caído y el turista apuesta por viajes en el interior de sus países en busca de una mayor seguridad sanitaria.

El turismo en Canarias todavía está muy lejos de las cifras anteriores a la pandemia, aunque el verano parece marcar un tímido inicio de la reactivación del sector con la mirada siempre puesta en la temporada de invierno, la más importante para la oferta del Archipiélago, imbatible en el extranjero por su clima, calidad y seguridad. Si el turista local y el peninsular contribuyen en este momento a la mejora de la economía isleña no se puede olvidar que aún falta por recuperar una gran parte de los visitantes foráneos. En junio, el Archipiélago logró recuperar uno de cada cinco turistas extranjeros que visitaron las Islas en el mismo mes de 2019, el último año en el que la industria turística funcionó con normalidad antes de la pandemia. Algo más de 221.000 extranjeros pasaron sus vacaciones en Canarias en el arranque de la temporada de verano, un número que dista mucho , para bien, de los 2.826 visitantes que llegaron en junio de 2020, aunque entonces las fronteras se habían mantenido cerradas hasta el día 21.

A pesar de los esperanzadores datos de junio, Canarias cerró un semestre crítico para el sector turístico. Solo recuperó a uno de cada diez turistas internacionales perdidos por la crisis y la caída del gasto se desplomó en 7.200 millones de euros si se compara con los registros anteriores a la pandemia. Entre enero y junio apenas han llegado al Archipiélago 753.000 extranjeros. Para remontar estas cifras nos va la vida frenar cuanto antes, a lo más tardar en septiembre, la quinta ola de la pandemia de coronavirus, que no solo bate récords de casos positivos diarios, sino que además vuelve a amenazar el interior de residencias de mayores, hospitales y cárceles.

Durante el mes de junio, el debate público que precedió a la relajación de las medidas que permitieron incluso la reactivación del ocio nocturno –a pesar de los indicadores alarmantes que llegaban del Reino Unido sobre la variante delta del virus– se planteó, de nuevo, en unos términos que se han vuelto a demostrar engañosos. La contraposición, como si fuesen contradictorias entre sí, si no incompatibles, de las medidas de precaución necesarias para frenar la expansión del covid y la necesidad de volver a poner en marcha sectores económicos especialmente golpeados como el turismo, la restauración y el ocio nocturno. La retracción de la afluencia de turistas y la moderación de la movilidad han seguido el mismo compás que el empeoramiento de los datos epidemiológicos (y la proliferación de disuasorias escenas de irresponsabilidad).

La tendencia ya consolidada a reducir la anticipación con que se planean las vacaciones, rozando ya la práctica del último minuto, se ha acentuado en una situación volátil como la que estamos viviendo. Es un arma de doble filo: las malas noticias pueden arruinar previsiones, pero también dejan un margen abierto a atraer visitantes de última hora si las cosas se hacen bien. Aún hay margen para salvar la situación en lo que queda de año. Por lo menos, en un grado que permita mantener en pie el sector para cuando llegue una recuperación completa. Siempre que se entienda que las garantías de seguridad y confianza son, hoy, tan necesarias como la mejor oferta de ocio o la más intensa campaña de imagen. Y esta tarea implica a toda la ciudadanía, no solo a las administraciones, de las que no debemos esperar demasiado más de lo que ya observamos que dan.