Una de las grandezas del deporte es que con un solo gesto o una sola acción es capaz de ilustrar emociones, valores y anhelos para los que otras disciplinas necesitan contar con millones de palabras. Y la historia de Dick Fosbury es paradigmática.

El italiano Gianmarco Tamberi, en Tokio 2020.

No sabemos si de joven conocía la frase atribuida a Einstein que dice que quien quiere resultados diferentes, tiene que hacer las cosas de forma diferente. El adagio ahora aparece en memes, tazas y pósteres y lo utilizan todo tipo de gurús de medio pelo. La grandeza de Fosbury es que lo llevó a la práctica y cambió la historia del atletismo para siempre.

Nacido en Portland en 1947, comenzó a hacer salto de altura a los 11 años. El problema era que tenía unas piernas larguísimas y las técnicas tradicionales para superar el listón no le permitían conseguir buenas marcas.

En aquellos tiempos había dos maneras de saltar. Una llamada de tijera, que consistía en poner un pie delante del otro, en lo que era una especie de evolución de saltar vallas; y la otra era conocida como straddle (a horcajadas) y parecía imitar el salto para acomodarse a una silla de montar. Esta segunda era la técnica predominante, pero Fosbury se sentía más cómodo con la primera. El problema es que su entrenador en el instituto insistía en que se adaptara al straddle. Inicialmente le hizo caso, pero cansado de fracasar, en una competición volvió al salto de tijera pero con una innovación: tirar la espalda hacia atrás arqueándola. Alcanzó la cuarta plaza del campeonato.

Esto le animó a seguir mejorando la nueva técnica y enseguida llegaron los resultados: hizo el récord júnior del estado de Oregón. Fue entonces cuando la prensa empezó a hablar del Fosbury Flop, aunque a veces lo hacían para ridiculizar lo que se veía como una excentricidad de un joven con ganas de llamar la atención.

Fosbury no se dejó intimidar y siguió investigando cómo mejorar. Aprovechó que empezó a estudiar ingeniería civil en la Universidad de Oregón para aplicar en la pista lo que aprendía sobre mecánica en las aulas. Se dio cuenta de que arqueando la espalda, el centro de gravedad podía quedar por debajo de la barra, incluso cuando el cuerpo la había superado, y eso le permitía hacer un salto más eficiente. Ahora bien, para ello tenía que hacer algunas cosas diferentes, empezando por el proceso de aproximación. Habitualmente los saltadores iniciaban la rutina muy cerca de la barra para lanzar primero una pierna y luego la otra, aprovechando la inercia del salto. En cambio Fosbury cogía más carrerilla y avanzaba en paralelo para entonces saltar de espaldas y salvar la barra en un ángulo de 45 grados. No es necesario explicarlo con demasiado detalle porque ahora todos los saltadores siguen esta técnica, pero en los Juegos de México de 1968 solo lo hacía él. Y fue eso lo que llevó a la final. Solo tres atletas alcanzaron los 2.20 metros: Fosbury, el también estadounidense Ed Caruthers y el soviético Valentin Gavrilov, que fue el primero en quedar fuera. Con el ruso relegado al bronce, los dos americanos intentaron superar los 2.24. Caruthers falló las tres veces. Cuando fue el turno de Fosbury se hizo el silencio absoluto en el estadio. Todo el mundo estaba pendiente de aquel chico de 21 años, alto, delgado y con unas piernas larguísimas, que después de unos segundos de concentración inició la carrera a grandes zancadas. En el momento justo se dio impulso. Su espalda dibujó un arco perfecto con las piernas encogidas hasta el preciso instante de desplegarlas. El cuerpo cayó a peso en la espuma. La barra seguía intacta en su sitio. La grada estalló. Gritos y aplausos de alegría. Dick Fosbury acababa de ganar la medalla de oro y además conseguía un nuevo récord olímpico.

La hazaña dio la vuelta al mundo y, aunque en los siguientes JJOO su sucesor, el soviético Yuri Tarmak, continuó con la vieja técnica, progresivamente todos los saltadores y saltadoras adoptaron el Fosbury Flop. Aquellos que en sus años de juventud se habían burlado de él por intentar hacer las cosas diferentes tuvieron que callar. Les demostró que para lograr el éxito a veces hay que hacer las cosas de un modo diferente. En la pista y en la vida.