En estos días aciagos para nuestra salud y para nuestra economía, debido principalmente a que no salimos de una ola cuando entramos en otra peor —por ahora vamos por la quinta, como en los estadios cuando el público se levanta y hace la ola para animar—, han tenido lugar dos reuniones importantes para analizar el comportamiento del sector turístico ante la pandemia que nos ocupa y preocupa: uno ha sido la Conferencia Sectorial de Turismo, y el otro evento ha sido la jornada de la Cámara de Comercio Británica en España.

En ambos escenario se ha llegado a una primera conclusión, que no es otra que buscar desesperadamente la mejor fórmula para encontrar el camino de la recuperación de un sector, el turismo, que es vital para la supervivencia de muchas economías y, principalmente, de la española. En primer lugar se ha llegado a la conclusión, de que lo primordial es, cómo no, la seguridad sanitaria y el control de la pandemia. El problema que se les presenta a las autoridades es cómo tratar, por una parte el auge del movimiento antivacuna, y, por otra, cómo compatibilizar el cumplimiento de las distintas normativas para ser más segura y llevadera la vida social y laboral de los ciudadanos mediante restricciones y/o cierres perimetrales, o incluso la exigencia del certificado covid para acceder a los interiores de los locales, todo ello con la necesidad de garantizar las libertades individuales.

Otro punto que ha quedado claro, al menos por el momento, es que dicho certificado covid, es una especie de pasaporte para poder viajar por la UE; y, en ningún caso, un modo de controlar los accesos a recintos cerrados; ya que para este caso concreto se necesitaría de un amparo jurídico, que no existe. Y como resultado de todo este embrollo, podemos llegar a la conclusión de que este verano está más que perdido, o si se prefiere, esta temporada será muy corta. Cosa distinta a lo que está sucediendo en el mercado americano en general, y en el de EEUU en particular, donde se puede asegurar que determinados destinos, tales como México, República Dominicana, Miami, o la costa Oeste han recuperado cifras anteriores a la crisis. De hecho, desde febrero, ya se observó un claro cambio de tendencia; sobre todo cuando las personas vacunadas comenzaron a hacer reservas.

Este ejemplo es el que nos puede servir a nosotros para vislumbrar cual puede ser nuestro próximo objetivo a conseguir. Tenemos una tarea ardua. Pensemos que si nos fijamos como finalidad el Reino Unido, el flujo turístico a recuperar sería del orden de 18 millones de turistas que en estos momentos hemos dejado de recibir. Precisamente en estos días se sabrá si España, junto a otros destinos como Grecia, pasa a formar parte de la lista «ámbar plus», lo que quiere decir que los que nos visiten tendrán que quedar confinados diez días a su regreso; lo que significaría para nosotros el final de la temporada turística.

Aquí en Canarias hemos tenido que echar mano, una vez más, a la inventiva. Creando el «Bono turístico canario» que, hasta ahora, parecer tener éxito; ya que se han adherido más de 1.000 negocios, 200 agencias de viajes y unos 800 alojamientos turísticos; eso, sin contar con los 130.000 residentes que se han inscritos; todo ello para optar a las 25.000 tarjetas monederos prevista para cada modalidad. Cada agraciado con la tarjeta, que tendrá 200 euros, podrá gastarlos en el negocio, el alojamiento elegido o en la agencia de viaje que prefiera; siempre que estén adheridas al programa antes citado.

Esta iniciativa persigue incentivar el papel importante que tiene, que siempre ha tenido, el turismo interior; y que sirve para reactivar nuestra maltrecha economía