Infumable. Bodrio. Basura vistosa. Puro copy paste. Tediosa y tonta. Un refrito de cosas ya vistas. ¿De verdad se han gastado el dinero en esto? Esta es una pequeñísima selección de los comentarios que llegaron a mi feed de Twitter el fin de semana de estreno de La guerra del mañana, una producción de Amazon Prime Video protagonizada por Chris Pratt. La película narra el viaje al futuro de un profesor de instituto para evitar que una invasión alienígena acabe con la humanidad. Al terminarla pensé que me la podría haber encontrado perfectamente en la cartelera de los cines de cualquier centro comercial. Ese era, al menos, el destino habitual de este tipo de producciones palomiteras y de entretenimiento facilón. Pero no era el caso. Es una peli de plataforma. Y esta circunstancia la ha enfrentado a un rasero del que pocas películas salen bien paradas. El mismo tipo de mensajes, u otros de idéntico tono, suelen aparecer cada vez que una plataforma activa su maquinaria promocional con su última película apuesta.

A favor del cine de plataforma

Con las series de televisión las plataformas parecen haber dado con la tecla correcta. Pero la cosa cambia cuando se trata de películas. Basta darse un paseo por Filmaffinity o Rotten Tomatoes para comprobar que existe cierta predisposición de la crítica a considerar mala toda película estrenada en plataforma. El cine directo a streaming no parece tener el brillo, el arte ni la gracia de una película estrenada en pantalla grande. Esa percepción es heredera del directo a DVD, la suerte reservada antaño para aquellas películas que sacrificaban el estreno en cines porque su calidad no parecía augurar que pudiesen salir bien paradas de ese circuito. El hecho de estrenarla directamente en los hogares hacía que la película tuviese un periplo más digno y, sobre todo, menos costoso.

En muchas de las reseñas que me he dedicado a leer las últimas semanas existe una valoración común. La mayoría destacan que las plataformas tienen un problema de cocina, derivado de su obsesión por complacer a la audiencia, coartando en muchos casos la libertad de los creadores. Que la producción la impulse un servicio que sabe a la perfección lo que nos gusta y lo que no da lugar, dicen, a engendros paridos por el malévolo algoritmo. En sus cabezas el proceso creativo es el resultado de meter en una batidora un sinfín de elementos ya vistos que, en su momento, funcionaron. Como si cambiando al actor, el escenario, la época o el obstáculo fuese suficiente para engañar a los que saben de esto. Seguir por la senda de lo que ha gustado siempre se ha visto como algo natural en la industria del cine. Secuelas, precuelas, spin off, sagas, la moda de determinados actores, roles o géneros… a Hollywood siempre se le ha dado bien lo de capitalizar un buen recuerdo para hacer más dinero. A las plataformas, sin embargo, parece faltarles oficio y técnica. Tienen dinero, pero les falta talento. Y, sobre todo, carecen del elemento imprescindible que le asigna la pantalla de cine: el valor incalculable de la experiencia. El cine de verdad desafía. El de plataforma complace. La crítica, con su severidad, no hace otra cosa que poner en su sitio a un novato con ínfulas. Y cuando se topan con una buena película de plataforma, que las hay, lloran porque no se ha podido ver en pantalla grande.

«Cuando te adaptas al formato televisivo, te conviertes en una película para televisión. Y, realmente, si eres una buena película, mereces un Emmy, pero no un Oscar». Así de rotundo se mostraba Steven Spielberg hace cuatro años cuando le preguntaron qué le parecía que Netflix pudiese ganar un premio de la Academia. A principios de este año su productora ha cerrado un acuerdo para producir películas para ellos. El discurso de la industria está cambiando porque necesita cambiar.

No creo que todas las críticas hacia las películas de plataforma sean inmerecidas. Muchos de sus estrenos no dan para más que una buena siesta. Exactamente igual que otros tantos títulos que han llegado a los cines arropados por campañas masivas y espectaculares, las mismas que generan un rotundo cabreo cuando lo que te encuentras delante es un soberano tostón. Y a las que, muchas veces, no se las ha criticado tanto.