Reconozco que La última carta de amor es un título edulcorado para una película y supone una cuestionable presentación, si bien en su versión original (The Last Letter from Your Lover) tampoco mejora. Sin embargo, disfruté de su narración, tan acertada como convencional, asentada en los cánones clásicos de los largometrajes románticos y en una recreación visual muy sugestiva. El vestuario, el tono de la fotografía o los escenarios conforman un cómodo aposento sobre el que recostarse. Tal vez el guion adolezca de garra y exista un notable desnivel entre las dos historias paralelas que cuenta y la entidad de algunos personajes respecto de otros, pero lo cierto es que me deleitó esa atmósfera cómoda que siempre proporciona el lujo y la belleza dentro de una trama que, aunque se ajusta a los estándares más tradicionales, escasea en el cine de hoy en día. Se trata de la adaptación de un libro de Jojo Moyes, famosa ya por otras como la de Antes de ti, llevada a la gran pantalla con Emilia Clarke y Sam Claflin, y que sigue en buena medida la misma línea a la hora de construir sus argumentos.

Una escena de la película.

La cinta presenta dos relatos en dos épocas diferentes. En la actualidad, una impulsiva reportera descubre por casualidad varias cartas amor escritas a mediados de la década de los años sesenta. La curiosidad le impulsa a investigar sobre ellas y se alía para ello con un burocrático y formal trabajador del archivo de su periódico. A medida que avanza en su investigación, descubre el amor clandestino entre una acomodada esposa que empieza a aburrirse de su existencia y un modesto periodista. El romance se mantiene hasta el momento en el que ella debe decidir entre romper con su pasado o conservar su familia unida. La fatalidad se alía en su contra, pero los sentimientos perduran hasta que, décadas después, la pareja vuelve a reencontrarse.

La directora norteamericana Augustine Frizzell aborda aquí su segundo proyecto cinematográfico tras la cámara, después de dirigir varios cortos y algunas series televisivas (entre ellas, Euphoria). No obstante, posee un currículum más extenso como actriz, por ejemplo en The Old Man & the Gun junto a Robert Redford o, brevemente, en A Ghost Story, en compañía de Casey Affleck. Consigue mantener con solvencia el difícil equilibrio entre el relato emotivo y el remilgado y, aunque algún perfil resulta más torpemente tratado (caso del esposo engañado), se compensa con un entramado central sólido y trabajado.

Las localizaciones y la ambientación hacen el resto. Buena parte del éxito del largometraje se basa en que el espectador se deje embriagar por los colores cálidos, la elegancia, el confort y los paisajes. A ello se une una curiosa, pero efectiva, combinación entre drama y amor, sufrimiento y sentimiento, que tan inolvidables momentos ha regalado a la Historia del Séptimo Arte. Sin ser una gran obra, constituye una propuesta muy digna, correctamente realizada y que aporta una considerable dosis de entretenimiento a los amantes de las historias de amor de siempre.

Encabezan el reparto Shailene Woodley y Callum Turner. A ella la hemos visto en Los descendientes, la saga Divergente y, más recientemente, acompañando a Jodie Foster en El mauritano, y a él en la reciente versión de Emma protagonizada por Anya Taylor-Joy. La segunda pareja está formada por Felicity Jones y Nabhaan Rizwan. Ella ha intervenido en Retorno a Brideshead, La teoría del todo, Un monstruo viene a verme o Rogue One: Una historia de Star Wars, e interpretó a Ruth Bader Ginsburg en Una cuestión de género. Él intervino en la premiada 1917, de Sam Mendes. A cargo de papeles más secundarios les dan la réplica Ben Cross (Carros de fuego, Primer caballero) y Diana Kent (Criatura celestiales, One Day).

La última carta de amor se puede ver en la plataforma Netflix desde el 23 de julio.