Estaba harto de escuchar la expresión «capital riesgo» sin saber lo que significaba, de modo que lo averigüé y me quedé como al principio. Me conmovió más comprender el sentido de irse de picos pardos, quizá porque me sucedió en la niñez y la niñez –ya se sabe– es la patria del ser humano. Un hermano de mi madre se iba con frecuencia de picos pardos, lo que era muy criticado en la familia. Este tío mío echaba también canas al aire. De modo que se iba de picos pardos y echaba canas al aire. Eso era lo que decían los mayores en voz baja. Mi tío se llamaba Manuel y venía de vez en cuando a casa, a merendar. En aquella época se merendaba mucho, no sé por qué. Cuando venía el hermano de mi madre, se compraban bocaditos de nata, ya que –pese a ser la oveja negra de la familia– todos sentían una gran admiración por él.

Un día, en el colegio, me preguntaron qué me gustaría hacer de mayor. Respondí que irme de picos pardos y echar canas al aire. Hubo risas que no entendí, incluida la del profesor, que mandó que volviera a sentarme con expresión divertida. Confirmé, pues, que irse de picos pardos y echar canas al aire, se tratara de lo que se tratara, tenía éxito social. Tal vez, pensé, cuando creciera y fuera a merendar a la casa de mis hermanas me recibirían también con bocaditos de nata. Claro que tendría que pagar el precio de que me criticaran por detrás. Me hice cargo, en fin, de que el éxito tenía dos caras.

Suelo decir, porque es un detalle biográfico importante, que viví más tiempo que mis coetáneos en el pensamiento literal. El descubrimiento de lo simbólico impactó en mi cerebro como un rayo. Resultaba que irse de picos pardos no quería decir irse de picos pardos ni echar canas al aire significaba echar canas al aire. Me adentré de golpe en una dimensión nueva de la realidad en la que andar con pies de plomo no implicaba andar con pies de plomo ni hay ropa tendida indicaba que hubiera ropa tendida. La revelación de que lo que se decía significaba una cosa distinta de la que se decía cambió mi vida, no sé si para bien, quizá no. Seguramente no. Pero «capital riesgo», qué quieren que les diga, me ha decepcionado mucho.