La relación de la mujer con el deporte siempre ha estado condicionada por la mirada y la mentalidad masculinas. Y es en los Juegos Olímpicos donde esto se hace más evidente. En poco más de 100 años se ha pasado de quererlas excluir –porque, según Pierre de Coubertain, las cualidades de un atleta no eran adecuadas para las damas– a obligarlas a vestir brevísimos uniformes ceñidos con el argumento de que esto favorece el espectáculo.

El cuerpo para competir, no para exhibirlo

Estos días Tokio ha sido escenario de un caso interesante que quizá marcará un antes y un después. Mientras el mundo estaba pendiente de la situación de Simone Biles y del duelo por la medalla de oro entre rusas y americanas, pasó desapercibida la decisión del equipo alemán de saltar al tapiz con un uniforme de cuerpo entero, que estrenó hace dos meses en el campeonato europeo celebrado en Basilea.

La razón de que las alemanas se presentaran vestidas de esa manera tan poco usual para las gimnastas la explicó la atleta Sarah Voss en unas declaraciones a la agencia Reuters: buscan la mejor comodidad para la práctica deportiva y también sentirse más seguras ante el público. Voss y sus compañeras pidieron vestir aquel uniforme para dejar claro que eran ellas las que decidían cuál era la mejor ropa para obtener unos buenos resultados en la competición. Se parece bastante a lo que ocurrió hace 100 años.

Algo más de un siglo atrás, las gimnastas tuvieron que hacer frente a muchas reticencias para poder competir con la ropa que consideraban óptima para hacer sus rutinas. Aunque no fue una disciplina reconocida oficialmente hasta los Juegos de 1928 de Ámsterdam, en las ediciones anteriores se organizaron pruebas de exhibición. Empezaron en la cita de Londres de 1908, pero más que las evoluciones de las atletas, lo que llamó más la atención de la prensa fue el uniforme de determinados equipos, sobre todo el de las danesas, que iban descalzas, con un vestido blanco y medias de color marrón claro. A ojos del público parecía que llevaban las piernas desnudas, todo un atrevimiento para la época.

Cuatro años más tarde fueron las finlandesas las que se convirtieron en objeto de todas las miradas por el uniforme: un vestido ancho de manga corta y falda a la altura de la rodilla. Nada más. No llevaban ni medias ni calzado. Presentarse así ante el público era muy osado porque chocaba con la mentalidad de aquel tiempo, en que una mujer para preservar su honor debía evitar exponer su cuerpo públicamente. De hecho había muchos estados que no dejaban que las mujeres practicaran deportes como la gimnasia o la natación por esta razón. En cambio, los países escandinavos eran más avanzados en este tema y reclamaban poder hacer deporte y con la ropa más adecuada para cada práctica.

Con el paso de los años la situación cambió hasta el punto de que a la hora de reglamentar los uniformes cada vez se fue tendiendo a promover diseños más y más pequeños. No fue hasta 2012 que los organismos internacionales de la gimnasia autorizaron poder competir con las piernas cubiertas. Esta medida se adoptó pensando sobre todo en aquellos países donde, por razones religiosas, las mujeres no pueden mostrar determinadas partes de su anatomía. La decisión del equipo alemán de usar un vestuario de cuerpo entero vuelve a centrar el debate en la cuestión fundamental: el confort de las competidoras, sin pensar en lecturas morales o sexualizantes.

La gimnasia no ha sido el único deporte que ha plantado cara al uniforme impuesto. Poco antes de los JJOO de Tokio, la Federación Europea de Balonmano multó con 1.764 euros a la selección noruega femenina de balonmano playa porque en el campeonato de Europa celebrado en Bulgaria sustituyeron la parte inferior del bikini por unos pantalones cortos que ellas encontraban más cómodos. Era un modelo similar al de los hombres, que no están obligados a llevar ropa ajustada. Las autoridades noruegas enseguida apoyaron la decisión de las jugadoras. Tal y como declaró el ministro de Cultura, Deportes e Igualdad, Abid Raja, no tiene ningún sentido que la mitad de los atletas tengan que vestirse siguiendo convenciones de género y no por las necesidades del deporte.