La vieja expresión «llevar hierro para Bilbao» quizá necesite ser explicada. Para no entrar en esas largas introducciones que siempre se titulan «un poco de historia» diríamos, en términos contemporáneos, que es como ir a vender a Los Ángeles que España es Hollywood, como acaba de hacer Pedro Sánchez en su viaje comercial a Estados Unidos. Se debe matizar que España ya fue un poco Hollywood y otro poco El Vaticano en los tiempos de Samuel Bronston, que la industria cinematográfica estadounidense se ha descentralizado mucho y que en el siglo XXI el sueño de los parajes es ser escenario de películas y series. Es el selfie de los sitios.

Como sea, Pedro Sánchez se ha convertido en un fenómeno televisivo en Estados Unidos a un nivel comparable a La casa de papel aunque con menos temporadas. Durante un instante, con un inequívoco fondo de informativo estadounidense, pareció un presentador de informativos de CNN.

En el mundo global de la extraña simultaneidad dice una encuesta que, de entre todos los líderes europeos, Pedro Sánchez es el peor valorado por sus ciudadanos mientras en Estados Unidos aseguran que se parece a Superman (el extraterrestre más estadounidense) y que podría ser portada de Sports Illustrated si estuviera dispuesto a posar en bañador.

El viaje comercial de Sánchez a Estados Unidos solo puede interpretarse como un éxito tanto para sus partidarios como para sus detractores (likers y haters, en lenguaje contemporáneo). La operación comercial ha sido un éxito por lo bien que él se ha vendido allí y eso significa que nos quitaremos de encima a un expresidente cuando lo sea y en vez de un jarrón chino (de bazar) o un hombre relacionado que pase por una puerta giratoria al consejo de administración de una odiosa eléctrica, tendremos otro profesional emigrante al que los humoristas de éxito le regalarán twits, en lugar de tener que pagarle nosotros la medalla del Congreso como hizo José María Aznar con dinero público y a través de un lobby.