Hace sólo unos días, el alcalde republicano de Miami, Francis Suárez, defendió un eventual bombardeo de Cuba por EEUU como forma de deshacerse de una vez del régimen castrista.

En declaraciones a la prensa, Suárez, él mismo de origen cubano, sugirió que la superpotencia podría intervenir militarmente en la isla como hizo ya en su día en Panamá y, por intermedio de la OTAN, en Kosovo.

Esas declaraciones no parecen haber escandalizado a ninguno de esos medios que no se cansan de criticar la represión, bien real, en la isla mientras se olvidan de las décadas de embargo estadounidense.

Una de las pocas excepciones en ese panorama unánimemente crítico con la realidad cubana es la revista norteamericana CounterPunch, cuyo director, Jeffrey St. Clair, habla de «odio patológico» de EEUU a un pequeño país que no amenaza a la superpotencia.

Como recuerda St.Clair a los muchos olvidadizos, EEUU intentó ya en una ocasión invadir la isla, recurriendo a cubanos exiliados: forma parte de los libros de historia el bochornoso episodio de la bahía de los Cochinos durante la presidencia del demócrata John Fitzgerald Kennedy.

Washington ha tratado también en diversas ocasiones de asesinar a Fidel Castro con los métodos más estrambóticos, ha financiado insurrecciones, empleado armas biológicas contra sus cosechas y no ha dejado de tronar contra La Habana en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

Con apoyo de la CIA, grupos vinculados al terrorismo anticastrista introdujeron en 1971 en la isla la fiebre porcina, que obligó al sacrificio de medio millón de animales.

Y el propio Gobierno cubano culpó también en su día al país vecino de una epidemia de fiebre de dengue que acabó con la vida de más de un centenar de niños.

Por si todo eso fuera poco, terroristas cubanos y venezolanos con base en EEUU derribaron en octubre de 1976 un avión civil con 73 ocupantes a bordo que se dirigía desde Barbados a Jamaica y tenía como destino final La Habana.

Documentos de la CIA desclasificados años después demostraron que la agencia estadounidense tenía conocimiento de los planes de esos grupos anticastristas de atacar un aparato de Cubana de Aviación.

La respuesta de La Habana a tales provocaciones fue exportar a Miami a elementos criminales, algunos de los cuales, denuncia St. Clair, dominan hoy «la escena política y económica» de Florida.

Con todos esos antecedentes, el presidente Donald Trump se permitió acusar a Cuba de promover el terrorismo internacional y , en un claro intento de asfixiar su economía, le impuso 231 nuevas sanciones que, por el momento, su sucesor demócrata, Joe Biden, no ha levantado.

Se oponen en efecto a cualquier relajamiento políticos poderosos como los senadores Marco Rubio y Rick Scott, de Florida, o el demócrata Bob Menendez, de Nueva Jersey, además de organizaciones como Resistencia Cubana, coalición de grupos anticomunistas que abogan directamente por invadir la isla.

Como respuesta a la actual pandemia del coronavirus, los científicos cubanos han desarrollado varias vacunas, pero la campaña de vacunación se resiente allí de la falta de jeringas, una de las consecuencias del duro embargo.

Cuba es –nadie puede negarlo– un régimen de partido único que persigue a los disidentes y que, más tarde o más temprano tendrá que evolucionar democráticamente por más que se resistan a ello sus actuales gobernantes, pero declaraciones provocadoras como la del alcalde de Miami sólo conseguirán retrasar tan necesario proceso.