Este año es Año Jacobeo. Sucede cuando la fiesta litúrgica del apóstol Santiago coincide en domingo, como es el caso del pasado domingo 25 de julio. Santiago patrón de España. Pero últimamente no sabemos qué es exactamente España. Las discusiones políticas y los movimientos sociales han hecho compleja la respuesta a esta pregunta.

Cuando suceden las complejidades y las discusiones, una forma adecuada de retomar el camino de la concordia suele ser acudir a las certezas comunes. Y, ordinariamente, la historia nos ofrece la oportunidad de traer al presente aspectos básicos de nuestra memoria compartida.

Otras veces se acude al camino apofático o a la vía negativa intentando definir primero lo que no es, para acercarnos luego a lo que sí es. Pero en este caso surge el mismo problema, pues ¿qué no es España?

Esta cuestión nunca es superficial ni accesoria. Entre las virtudes clásicas se encuentra la virtud de la piedad que no solo hace relación a la trascendencia y al amor y respeto debido a Dios, sino que incluye también a nuestros padres y a nuestra patria o nación. Cualquier diccionario nos dirá que se define la pietas como un sentimiento que impulsa al reconocimiento y cumplimiento de todos los deberes, no solo para con la divinidad, los padres, la patria, los parientes, los amigos, sino para con todo ser humano.

O sea, que cuidar el mobiliario urbano o pagar impuestos es consecuencia de la virtud de la piedad. Que respetar a la autoridad y felicitar a los amigos o no despreocuparnos de la necesidad de una persona que encontramos por el camino es parte de la virtud de la piedad. La piedad nos descentra y nos sitúa en la clave de mirar y cuidar de los demás. Especialmente de aquellos con los que nos une algún vínculo de familiaridad, amistad o cualquier vínculo social.

Aunque vivamos en tiempos en los que los vínculos se han aflojado como en una red de pesca envejecida, aún existen razones de nos unen a los que podemos leer a Cervantes en su lengua materna, o rezar el Padrenuestro en aquella que Carlos V afirmaba ser la lengua para hablar con Dios. Hemos andado un camino compartido que nos ha llevado a convertir la mitad del continente americano en latino y la otra mitad en pro-latino. Hemos convertido nuestros puertos y muelles en punto de arranque y de llegada de otros mundos culturales que han embellecido nuestra cultura con su pluralidad. Somos un crisol de sonidos y sabores como no existe en otro suelo con consciencia de identidad.

Lástima que solo La Roja, como llamamos ahora a la selección de futbol que nos embrujó a todos en el mundial de Sudáfrica, sea la que cree en nosotros vínculos fuertes. Más bien la que los resucite de la muerte cultural de nuestro complejo patrio como nos decía el viejo Ortega y Gasset.

Para mí que la realidad no acaba en el interior de nuestras fronteras. El mundo es más grande. La universalidad de la condición humana, esa catolicidad supranacional es tan importante como la raíz de nuestro propio suelo cultural. Somos más que los tres mares que nos bañan, porque ser español es tener horizontes abiertos y amplios. Es no tener miedo a la mezcla, al mestizaje, a lo distinto. Es la cruz de Cristo y la cara de lo humano en la moneda de lo que somos.

El Año Jacobeo 2021 puede ser un camino hacia Santiago y un repensar nuestra piedad de patria.