En la primavera de 1797, dos fragatas inglesas abordaron en la rada de Santa Cruz una fragata española y una corbeta francesa y, aprovechando la oscuridad, las sacaron de la bahía sin apenas resistencia. Esta acción hizo pensar al contralmirante Horacio Nelson que sería fácil adueñarse del Puerto y Plaza de Santa Cruz y le propuso al almirante Jervis un ambicioso plan para impedir que España continuara utilizando los puertos canarios en sus escalas con América y África. El 15 de julio, los ingleses abandonan el bloqueo al puerto de Cádiz y tomaban rumbo a Tenerife.

En la madrugada del 21 de julio, el vigía de la atalaya de Igueste divisó en el horizonte una flota británica, formada por cuatro navíos de línea, tres fragatas, un cúter y una bombarda, comunicándolo al Castillo de San Cristóbal por medio de hogueras. En total venían 2.000 infantes de marina y sus barcos portaban 393 cañones.

Una vez tocado a rebato, el general Gutiérrez, comandante general de Canarias, reunió a su plana mayor y puso en marcha el plan previsto: que las mujeres, ancianos y niños subieran a La Laguna en busca de refugio, a la vez que se desalojaban las oficinas públicas de Tesorería, Tabacos, Correos y almacenes comerciales. A Santa Cruz llegaron 1.000 hombres de los Regimientos de las Milicias Canarias de Abona, Güímar, La Laguna, La Orotava y Garachico, que se unirían a los 600 soldados del Batallón de Infantería de Canarias, a los 387 artilleros que con sus 89 cañones defendían los castillos y baterías, los 60 hombres de las Banderas de Cuba y La Habana, los 110 marineros de la corbeta francesa La Mutine, los pilotos y marineros de los mercantes surtos en la bahía y los paisanos voluntarios.

Al amanecer del 22 de julio, 23 lanchas repletas de ingleses intentaron desembarcar en la playa del Bufadero, pero el asalto fue abortado gracias a que los divisó una campesina de San Andrés que se dirigía a la recova a vender sus productos y alertó a los soldados del castillo de Paso Alto. A las diez de la mañana, tres fragatas inglesas se acercaron a la playa de Valleseco, desembarcando 1.200 hombres que se apoderan de la Mesa del Ramonal. Rápidamente, un destacamento mandado por el marqués de la Fuente de las Palmas ocupó la Altura de Paso Alto, situándose frente al enemigo.

Al atardecer, 300 hombres del batallón de Infantería, más 50 rozadores de La Laguna (paisanos voluntarios que usaban rozaderas como armas), impidieron que las tropas inglesas avanzaran por aquellos parajes. También se incorporarían 500 milicianos, capitaneados por el alcalde de Taganana, Andrés Perdomo Álvarez. Durante la noche, las fuerzas inglesas iniciaron el descenso hacia la playa para regresar a sus buques, dejando varios compañeros muertos por el camino.

A las tres de la tarde del 23 de julio, la escuadra enemiga se hace a la mar y toma rumbo sureste, perdiéndose de vista a la altura de Barranco Hondo. Pese a la aparente retirada, y a sugerencia del teniente Francisco Grandy Giraud, emplazaron un cañón –El Tigre– en una nueva tronera abierta en el baluarte de Santo Domingo, con el fin de cubrir la playa de la Alameda que se encontraba desguarnecida. A las seis de la mañana del día 24, la escuadra británica apareció de nuevo frente a Santa Cruz de Tenerife, fondeando frente a Valleseso. A las nueve se le une un nuevo navío de 50 cañones, con el que la fuerza atacante ya sumaba nueve unidades.

Nelson reunió en el Theseus –nave capitana– a sus oficiales para estudiar la estrategia que llevarían a cabo para tomar Santa Cruz. Tal era su fe en la victoria que incluso decide tomar parte en el ataque, poniéndose al frente de la fuerza de desembarco. A las siete de la tarde, una fragata y una obusera se acercaron a la costa y comenzaron a cañonear el castillo de Paso Alto, lanzando un total de 43 bombas que no llegaron a causar daños apreciables. A esta acción, el fuerte le respondió con el fuego de sus piezas.

La batalla

En la madrugada del 25 de julio, las lanchas de desembarco británicas se dividen en varios grupos. El que se dirigió hacia el muelle y el Castillo San Cristóbal se fraccionó en dos. Uno de ellos, al mando del capitán Troubridge, logró llegar a las escale¬ras del muelle e inutilizó los siete cañones existentes en su batería. Luego intentaron alcanzar el Castillo pero, al ser rechazados, dieron un rodeo y se ocultaron en la parte alta de la plaza de la Pila (La Candelaria) donde, a las cuatro de la mañana, al ser descubiertos por los soldados del Batallón de Canarias, huyeron y se refugiaron en el convento de Santo Domingo, solar que hoy ocupa el Centro de Arte la Recova y el Teatro Guimerá.

Sin embargo, el segundo grupo de lanchas, en las que venía el contralmirante Nelson, no lo pudo lograr debido al fuerte oleaje, yendo a varar sus quillas a la playa de la Alameda. Cuando Nelson se disponía saltar a tierra fue alcanzado por el fuego de metralla del cañón Tigre. La lancha, con Nelson¬ herido, regresó a la nave capitana, donde le amputaron el brazo derecho, a la altura del hombro.

El cúter Fox, que escoltaba a las citadas lanchas, fue alcanzado por debajo de la línea de flotación y, en medio de un pavoroso incendio, se hundió en la bahía con sus 300 marineros, la pólvora y material de asalto. Otro grupo de lanchas, mandadas por Samuel Hood, lograron desembarcar por la playa de la Carnicería y subieron por el barranco Santos, hasta protegerse también en el convento dominico. Al amanecer, desde el campanario del convento comenzaron a enviar señales a sus barcos en petición de ayuda, al tiempo que conminaban al general Gutiérrez a que le entregara la plaza, bajo la amenaza de incendiar la población, a lo que Gutiérrez hizo oídos sordos.

Entretanto, el teniente Grandy había vuelto a poner en servicio la batería del muelle, de manera que cuando 15 botes repletos de marinos ingleses se dirigía hacia allí, con la intención de ayudar a los compañeros que se encontraban en el Convento, los cañones abrieron fuego contra ellos, hundiendo a varias lanchas, regresando los demás a sus barcos. A las siete de la mañana, cuando el desánimo cundió en las tropas inglesas, solicitaron parlamentar; para ello, el comandante Samuel Hood fue conducido con los ojos vendados al castillo de San Cristóbal, donde aún se atrevió a exigirle al general Gutiérrez que se rindiera. No obstante, ante la firme contestación recibida, «aún le quedan a la plaza hombres y pólvora para su defensa», accedió a capitular.

Inmediatamente, una lancha en la que iban Samuel Hood y Carlos Adán, capitán de mar (práctico del puerto), se dirigieron al buque insignia británico, donde Nelson fue informado de las condiciones de la capitulación, a las que prestó su conformidad y rubricó con su mano izquierda.

A las nueve de la mañana del 26 de julio, en la plaza de la Candelaria, a los vencidos británicos se les repartió pan, frutas y vino, siendo luego trasladados a sus buques en las barcas de los pescadores chicharreros, o en sus propios botes que habían quedado intactos. Al día siguiente se reembarcarían los heridos que habían sido atendidos en los dos hospitales de Santa Cruz.

Horacio Nelson, impresionado por tan bondadoso acto de hidalguía del pueblo tinerfeño le dirigió al General Gutiérrez una carta –firmada con su mano izquierda– en la que expresaba su agradecimiento por tales deferencias, a la vez que se convertía en el mensajero de su propia derrota. En agradecimiento le obsequiaba con unos anteojos de visión nocturna, un queso y una barrica de cerveza inglesa, a lo que Gutiérrez correspondió con otra misiva y le regalaba dos limetones (garrafones) de vino del país.

Privilegios

Los santacruceros no podían suponer lo que aquella victoria significaría para el futuro de su modesta Villa. Cuatro días más tarde, el alcalde Real reunió en la iglesia del Pilar a las autoridades y vecinos del Lugar y Puerto, acordando designar compatronos a la Santa Cruz y al Apóstol Santiago, en cuyo día se había consumado el triunfo sobre los ingleses.

El general Gutiérrez haría llegar a la Corte lo acontecido y, seis años más tarde, el 28 de agosto de 1803, el Rey Carlos IV otorgaba el privilegio de Villazgo, añadía el calificativo de Noble y concedía un escudo de armas propio. Desde entonces, este lugar pasaría a llamarse: Muy Leal, Noble e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.