No debe haber nadie a estas alturas que no sepa que se celebró una Eurocopa y que la perdió Inglaterra. Que, hasta aquí, todo bien, porque unas veces se gana y otras se pierde, el futbol es así e Italia jugó como siempre y ganó como nunca.

Todas estas frases no son mías. Entran dentro del catálogo de expresiones que se puede consultar extensamente en las redes sociales cuando hay choques futboleros, que para eso son altavoz y oráculo, no vayan a creer que me he vuelto tertuliana de repente.

Como decía, en el fútbol (a diferencia de la política, donde todos ganan), lo normal es que gane un equipo y pierda otro. Y lo anormal y lo aberrante es que, en el país que pierda, la noche que sigue al partido se convierta en un calvario para las mujeres de los hinchas.

Eso tampoco lo digo yo. Lo dicen las estadísticas. Y la prensa, que, haciéndose eco de lo ocurrido en contiendas deportivas anteriores, desveló un estudio de hace unos años que concluye que la violencia machista aumenta en un 26 por ciento cuando gana o empata la selección inglesa y en un 38 por ciento cuando pierde. Lamentablemente, se constata una tendencia al alza, ya que los incidentes de abuso doméstico denunciados han crecido con cada competición. Y todos los análisis posteriores apuntan a lo mismo.

Por eso, como consecuencia o conocimiento de una situación trágicamente extendida y asumida, las redes se llenaron, el día de la final europea, de mensajes de mujeres británicas ofreciendo sus casas para que pernoctaran en ellas las parejas de estos hooligans, ante la amenaza que suponía el hecho de que su país fuera eliminado. Mujeres que se ponían a disposición de otras para recogerlas, trasladarlas a lugares más seguros y hasta darles una ‘coartada’ para dormir fuera. Los mensajes se multiplicaron cuando se vio que la derrota era inminente.

Pone los pelos de punta recordarlo, sí. Y, sobre todo, constatar que hay cosas que no cambian.

Verán, hubo un tiempo en el que viví muy cerca de un estadio. Mi madre me dijo muchos domingos, demasiados: “Ojalá gane hoy el equipo local porque, si no, más de una pobre mujer va a pagar el cabreo del marido”. A mí, aquello, que no estaba apoyado por estadísticas oficiales —porque entonces no las había— pero si se nombraba es porque existía, me parecía, en mi ignorancia infantil, una cosa como de las películas y una exageración. Una cosa que no podía pasar tan cerca. Pero sí pasaba. Que su equipo pierda es una de las muchas ‘excusas’ que tiene el maltratador para dar rienda suelta a su agresividad. En el Reino Unido y al lado de tu casa. Si le añadimos alcohol a la ecuación el resultado es demoledor. Tanto, como para que en 2018 el Centro Nacional para la Violencia Doméstica de ese país pusiera en marcha una campaña impactante, aún vigente, cuyo lema escalofriante es: “Si pierde la selección, ellas sufren”.

Una campaña que reproduce una fotografía de una mujer con la cruz de San Jorge atravesando su cara, en forma de rastro de sangre, como triste recuerdo de que son ellas quienes más tienen que perder cuando pierden los equipos locales.

Una campaña que nos recuerda que, allí y aquí, hay quien besa el escudo y besa el suelo que pisan los jugadores y besa, efusivamente, al desconocido de al lado cuando su equipo va ganando, y es capaz, al tiempo, de romperle la boca a su pareja si sucede lo contrario.

Jogo bonito, dicen los brasileiros. Ojalá, también, fuera del campo.