Viví en Cuba en el 92, en aquellos días terribles que siguieron a la caída de la Unión Soviética y que en la isla supusieron perder el amparo que la sostenía. Conocí las jineteras que se apostaban en las zonas turísticas vendiéndoles favores sexuales a ellos y comprando la compasión de ellas y también conocí a amas de casa que se acostaban abiertamente a cambio de pollo o de azúcar. Resolver, Cuba sobrevivía resolviendo. Acabé con mis huesos en una comisaría en mitad de ningún sitio cuando me arrestaron por un exceso de velocidad absurdo en cualquier otro rincón del planeta y después en un hospital derruido por un dolor de muelas insoportable, donde a falta de cualquier tipo de instrumentación para averiguar el origen, me arrancaron dos piezas absolutamente distantes. Y a pelo. Conocí las tiendas de las cartillas sin nada dentro junto a las tiendas obscenamente a rebosar de los turistas. Estos ojos vieron la manipulación de unas noticias que no eran tales, sino la propaganda del gobierno de turno que jamás pensé que vería en España y conocí las costas llenas de restos de gomas, palos y cuerdas que alguna vez pretendieron ser una barca que los llevara al otro lado del estrecho de la Florida, con aquel escalofrío de preguntarte qué habría sido de los tripulantes. Si se los llevaría el mar, los tiburones o las fuerzas de seguridad y acabaron presos por la Ley de Peligrosidad predelictiva.

Poco después llegó el Maleconazo, el único acto de protesta masivo que vimos hasta los de estos días. Porque en Cuba no se protestaba, no a falta de motivos, sino porque cualquier alzamiento era rápidamente contenido. Pero en aquella ocasión, el comandante Fidel Castro optó por abrir las fronteras. La crisis de los balseros, un éxodo de miles de cubanos jugándose la vida rumbo a la tierra prometida abrazando la Ley de Ajuste Cubano, que les acogía si llegaban a suelo estadounidense. Un pulso de Washington a Castro al que, desbordados, puso fin la administración de Bill Clinton en 1995 con la llamada wet feet, dry feet policy (política de pies secos y pies mojados), que reducía el asilo a los cubanos que lo solicitaban, pero en tierra firme, mientras las guardias costeras se afanaban en devolver una y otra vez a su suerte a todos los que encontraba en el mar.

¿Que Cuba era y es una dictadura? Sí, que no lo dude nadie. Basta analizar algunos de los elementos esenciales que determinan una democracia según la Organización de Naciones Unidas como libertad de expresión y de opinión; celebración de elecciones periódicas, libres y justas; un sistema pluralista de partidos; separación de poderes e independencia del poder judicial, y unos medios de comunicación libres, independientes y pluralistas (por cierto, algunos de estos puntos tendríamos que hacérnoslos mirar). Sin embargo, sería caer en la demagogia no poner en el mismo plano de responsabilidad internacional el embargo estadounidense impuesto hace 62 años y cuyo levantamiento se ha solicitado desde 1992 hasta en 29 ocasiones en la Asamblea General de la ONU por considerarlo contrario a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional y por el enorme daño que causa a los cubanos. La última, en junio de este año, con 184 votos a favor y dos únicos votos en contra: Estados Unidos e Israel.

Porque la suma del embargo, la dictadura y la crisis económica y sanitaria de la pandemia, dejan como resultado un pueblo en carne viva. Solo por citar un ejemplo, el veto de envío de material sanitario donado por el fundador de la compañía china Ali Babá que sí recibieron otros países de Latinoamérica, África, Asia, pero también Estados Unidos, Italia o España. La compañía responsable del transporte de materiales declinó el envío a Cuba alegando las leyes estadounidenses que castigan a las empresas procedentes de puertos cubanos a no entrar ni salir en Estados Unidos hasta 180 días desde su salida de la isla, previa autorización del Departamento del Tesoro, o la amenaza de emprender acciones judiciales contra los bienes de personas y empresas que tienen inversiones o hacen negocios con Cuba.

No hubo tregua. Se mantuvieron las nuevas sanciones que el expresidente Trump había implantado: la prohibición de envíos de dinero, los cruceros y vuelos a cualquier aeropuerto cubano, excepto el de La Habana, restringido a ciertas agencias, hoteles y compañías con un determinado porcentaje de participación estadounidense, vetando el resto que calificó de «tener vínculos con las fuerzas armadas cubanas». Volvió a incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo. Esta lucha feroz que se perpetúa mucho después de la muerte de Castro y que mantiene al comandante como protagonista de una macabra página del Libro de Récords Guinness: la persona con más intentos de homicidio a sus espaldas. En concreto, 638 son las veces que ha contabilizado el servicio de inteligencia cubano. La mayoría, obra de la CIA.

No hay tregua, ni ahora, que las cifras de contagios y muertes han llevado a Cuba al colapso. Poco importa que hayan producido con éxito sus propias vacunas, la inoculación se ve limitada por la falta del material sanitario más básico. Urge recordar todos los médicos cubanos que han ayudado en el mundo entero durante la pandemia: según datos del análisis Fundación Carolina, en 2020, Cuba envió más de 3.800 profesionales de la salud a 39 países y territorios afectados. Una colaboración que EE UU ha calificado como «un arma de propaganda».

¿Sobreviviría España de ver cercenadas las importaciones y la ayuda exterior? ¿De restringirse el turismo de los países más cercanos a, por ejemplo, el aeropuerto de Barajas y a través de contadas compañías extranjeras?

Ahora que, por un breve espacio de tiempo, el mundo mira a Cuba, ¿cuál será la postura del ejecutivo de Joe Biden? ¿Asfixiar al pueblo cubano por si acaso el hastío en la calle, esta vez sí, desencadena el derrocamiento –una estrategia que causaría inimaginables daños colaterales–, o dará una tregua, aunque sea para prevenir otra crisis migratoria como la que provocó el Maleconazo?

Mientras en España cantábamos Resistiré, los cubanos dentro y fuera cantan estos días Patria y vida, los versos del rapero Yotuel: «Ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida. ¿Quién les dijo que Cuba es de ustedes, si mi Cuba es de toda mi gente?».