Aunque preferiría no estarlo. La culpa la tienen Haití y Cuba, dos países que sufren, uno, la corrupción y el desgobierno de un Estado fallido, y, el otro, la corrupción y la planificación comunista. En ambos el resultado es catastrófico.

Haití es uno de los países más pobres del mundo. Según el Banco Mundial, la mitad de su población vive por debajo del umbral de la pobreza y es que la vida de los haitianos nunca ha sido fácil. Colonia francesa, alcanzó la independencia tras una revuelta de esclavos que alumbró un país viciado desde sus inicios por la pobreza, la corrupción y una violencia e inestabilidad política sin parangón. Los Estados Unidos tampoco han ayudado, pues no han dejado de intervenir a lo largo de la historia: lo ocuparon entre 1915 y 1935 y luego apoyaron las sangrientas dictaduras de François Duvalier (Papa Doc) y de Jean Claude Duvalier (Baby Doc), que duraron otros treinta años y que dejaron al país institucionalmente desarbolado, sin élites políticas, empobrecido y endeudado, mientras los europeos mirábamos impúdicamente hacia otro lado. Volvieron a invadirlo en 1994 y solo se fueron en 2004, una vez que Bill Clinton le impuso un bloqueo económico similar al cubano, que hizo mucho daño a su maltrecha economía. Luego llegó el terremoto de 2010, que dejó más de 300.000 muertos y millón y medio de desplazados. La ayuda internacional contribuyó a reconstruir infraestructuras pero no mejoró el marco institucional haitiano ni contribuyó a la gobernanza, y la última prueba ha sido la llegada a la presidencia del hasta entonces desconocido Jovenel Moïse, ahora asesinado, que fue encumbrado por su predecesor, el músico populista Martelly, para usarlo como marioneta que le librara de imputaciones por corrupción. Pero Moïse, una vez nombrado, ha dado muestras de tener alma de dictador, se apegó al sillón, creó una policía política a su medida y se rodeó de matones violentos que no impidieron su confuso asesinato por un grupo de colombianos chapuceros, que ni siquiera planearon bien su fuga. Su muerte abre una crisis constitucional porque el sustituto del asesinado debía ser el presidente del Tribunal Supremo, que ha muerto por covid hace unos días (en Haití no se ha puesto hasta la fecha una sola dosis de ninguna vacuna), y por si fuera poco un par de primeros ministros compiten por la sucesión. El caos es total y nadie sabe si se celebrarán elecciones en septiembre, como estaba teóricamente previsto. Y si se celebran es probable que tampoco solucionen nada, porque Haití es un Estado fallido.

Si en Haití el Gobierno es inexistente, en Cuba ocurre lo contrario, sobra Gobierno, pues ya se sabe el afán regulatorio que domina a los comunistas y que solo se compara con su probada incapacidad para manejar la economía, mientras niegan los más elementales derechos civiles a los pueblos que sojuzgan. Donde en Haití hay incapacidad, en Cuba hay incompetencia y sectarismo. El presidente Díaz-Canel intenta ser un continuador de los Castro sin su carisma y no le funciona porque la gente tiene hambre, sufre la pandemia del covid y se ha quedado sin turismo. El resto lo hizo Donald Trump, al revertir la política aperturista de Obama y prohibir los viajes a la isla y las remesas de los emigrantes, mientras mantenía el injusto y anacrónico embargo. Las actuales protestas recuerdan a las de 1994, en pleno «período especial» que siguió a la desaparición de la URSS, cuando Fidel permitió escapar del paraíso comunista hacia Miami a todo el que quiso. Los que ahora protestan quieren que los que se marchen ya de una vez sean los que han conducido al país a su deplorable estado actual. La respuesta del régimen ha sido culpar de lo que ocurre al embargo de los EEUU, cortar internet y aplicar mano dura contra los manifestantes, mientras Biden mira hacia otro lado porque le preocupa Miami y está ocupado con China, Rusia y Afganistán.

Que Podemos diga que Cuba no es una dictadura y que nadie del Gobierno de España se atreva a calificar como tal al régimen cubano solo revela la penosa falta de firmeza, de criterio y de política exterior de nuestro país. Luego se extrañan de que Biden ignore a Pedro Sánchez.