Recuerdo la insistencia que un profesor nos hacía de evitar las corrientes de aire. Siempre estaba haciendo resonar la frase «(…) cuidado con la puerta; cierren esa puerta». Recuerdo que en una ocasión nos dedicó una larga charla sobre el hecho de que las puertas están hechas para estar cerradas, pues si no, no se hubiera puesto nada de madera en el hueco de la pared. Se notaba que los resfriados eran habituales en su condición u en su edad.

Pero las puertas también existen para poder ser abiertas. Y aquí quiero traer el tema al campo de lo simbólico. Una puerta es, a la vez, un espacio de accesibilidad y un espacio de cierre y seguridad. Una casa de puertas abiertas llama a la hospitalidad y a la acogida. Una casa de puertas cerrada tal vez es una cárcel, un castillo inexpugnable o un lugar de aislamiento. Hay que poder cerrar y hay que poder abrir las puertas.

Una puerta es una barrera. Un indicativo que nos avisa que al otro lado hay un espacio distinto, que no es una mera continuidad. Hablamos de las puertas del cielo e incluso de las puertas del infierno, con esa simbología de accesibilidad. Si a ello añadimos el símbolo de la llave, que hace que solo algunos sean capaces de abrir y cerrar, las puertas adquieren otro matiz simbólico. Está cerrada para todos menos para algunos.

Sea como sea, las puertas tienen dos lados, dos ámbitos que se distinguen. Dentro y fuera, distinguiendo lo que acá y lo de allá.

La situación que hemos visto y leído en relación a la situación por la que está atravesando Cuba nos ha recordado aquella frase elocuente de Juan Pablo II en su visita a la Isla. «Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba». Hay puertas que abrir para que el drama se solucione para bien de las personas. Hace falta abrir la puerta. Sin esa actitud ni el mundo, ni la Isla, encontrarán espacios para el encuentro, el diálogo, la mutua ayuda y la esperanza.

En el lenguaje coloquial decimos, para indicar que alguien se ha desentendido del todo de nosotros, que «Nos ha dado con la puerta en las narices». Hay que ser justos y enjuiciar la historia, claro que sí. Pero ya habrá tiempo de ello. Ahora es preciso no dar con la puerta en las narices mirando para otro lado. Aunque nos esté doliendo nuestro dedo, hay quienes tienen las piernas gangrenadas. Y en esta Casa Común que todos habitamos no debe haber habitaciones descartables.

La dinámica del reproche es poco constructiva; mucho menos la de la venganza. Solo sirve para garantizar quienes tuvieron la razón. Pero cuando el hambre y la enfermedad se convierten en portada, los artículos de opinión deben pesar un poco menos. Es claro que debemos estar al lado débil de la puerta, y ese lado está marcado por un pueblo que ha sufrido y sufre las consecuencias de decisiones que no han tomado.

Hay algunos que tienen la llave que abre y que cierra esta situación sangrante. Esa llave debe arderles en el bolsillo con el fuego que solo la compasión genera. No mantengamos cárceles cerradas en las que habitan inocentes.