¿Es Cuba una democracia?, preguntaron insistentemente al Gobierno los periodistas en un intento de evidenciar las diferencias entre los dos socios de la coalición que preside Pedro Sánchez.

“Cuba es una dictadura”, sentenció, por su parte, el líder de un Partido Popular que ha colocado al frente de Telemadrid a alguien que, a juzgar por su trayectoria, no dudará en convertir esa televisión pública en un órgano al servicio de quien le ha nombrado.

El de Cuba es ciertamente un régimen de partido único, que apenas tolera desviaciones y reprime con dureza a los ciudadanos que muestran ruidosamente en las calles su hartazgo con la actual situación, como hemos visto los últimos días.

La pregunta no es si Cuba es o no una dictadura, que lo es, sino cómo actúa el llamado “mundo libre” y sobre todo el país líder, EEUU, con las dictaduras realmente existentes en función de sus intereses.

¿Por qué EEUU ha sometido a Cuba a un cruel embargo que dura ya más de seis décadas y que castiga de modo especial a la población, como sabemos por experiencia que ocurre siempre?

La respuesta es clara: porque se busca, como en los casos de Venezuela, de Irán, entre otros, provocar un levantamiento popular contra su régimen, algo en lo que los sucesivos gobiernos de Washington han fracasado hasta ahora estrepitosamente.

Pues si de defender los derechos humanos sólo se trata, ¿por qué entonces, en lugar de castigar también a Egipto, a Arabia Saudí y a tantas otras dictaduras de este mundo mucho más crueles y sanguinarias que la cubana, se les ofrece ayuda militar y de otro tipo?

¡Quitémonos pues las máscaras de la hipocresía y llamemos a las cosas por su nombre! Cuba es una dictadura, pero ¿es realmente una democracia un país por el simple hecho de permitir a sus ciudadanos acudir a las urnas cada cuatro años para votar a unos partidos engrasados por el gran capital y que cada vez se parecen más entre sí?

¿Lo es un país que mantiene cerca de ochocientas bases militares en todo el mundo para proteger sus intereses comerciales y geoestratégicos mientras millones de sus ciudadanos carecen de seguro médico o viven en la pobreza?

Y en el que, como critica Noam Chomsky, la legislación la moldean e incluso a veces la escriben los lobistas de la industria y las finanzas mientras que los legisladores se limitan a firmar, pensando sólo en que es la forma de costear su próxima campaña (1).

Si Estados Unidos fuese hoy candidato al ingreso en la Unión Europea, afirma con sarcasmo el nonagenario lingüista y activista, probablemente se quedaría a las puertas: el “carácter no democrático del Senado” por sí solo justificaría el rechazo de Bruselas.

Y puesto que hablamos de Cuba, ¿por qué no recordar que el pasado mes de noviembre, la Asamblea General de la ONU volvió a condenar el embargo impuesto por EEUU a la isla con los únicos votos en contra de EEUU y de Israel? Y no pasó nada. ¿O eso no importa?

(1) En “The Precipice. Neoliberalism, the Pandemic and the Urgent Need for Radical Change”. Ed. Penguin.