La realidad, tan inestable, no va a dejarle ni los primeros cien días al nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. Ahí está la primera manifestación sindical, el nuevo salto a la valla de Melilla, el problema cubano, la sentencia del TC sobre el estado de alarma. Para el vértigo actual, cien días es más de lo que ahora duran los gabinetes normales, así que no va a haber tregua. El PP ya ha dicho que no moverá su posición, contraria a configurar cualquier pacto de Estado. Lo sabemos: lo que haga Nadia Calviño no les preocupa, pero nada de lo que haga Sánchez estará bien hecho, porque eso concierne a Cataluña. Ahí la oposición no ofrece el mínimo margen y continuaremos a cara de perro. La contraprogramación de Casado, que mientras se reunía el nuevo Gobierno se presentó el mismo día, a la misma hora y en una mesa parecida en una especie de ‘gobierno bis’, permite asegurar que las espadas van a seguir en alto y que la lucha continuará en todos los frentes, en el judicial sobre todo.

Una de las ventajas de Sánchez es que puede presentar caras nuevas, mientras que Pablo Casado apenas tiene posibilidad de tocar un rostro en sus filas. Sólo debe tener cuidado de una cosa: de que él siga ahí cuando llegue el momento de la verdad. En todo caso, el cansancio de las caras viejas juega a su contra, pues el equilibrio de corrientes y protagonismo en sus filas no se puede tocar. Sánchez, por el contrario, ha sacudido todos los equilibrios internos a su favor. Con la victoria de Juan Espadas en Andalucía, con el amigo catalán en alza y con el amigo valenciano en el mejor momento de su trayectoria, definiendo un modelo de trabajo hacia prácticas cooperativas de espíritu federal, Sánchez tiene en su mano la palanca para transformar de arriba abajo al PSOE. Y no solo eso. Ya es hora de regular la Conferencia de Presidentes, el verdadero Senado, y de dejar claras las diferencias entre la serena cooperación institucional y el filibusterismo de Isabel Díaz Ayuso.

Ahora vemos, además, que la función de Iván Redondo era contener la libertad de acción de las dos personas a las que Sánchez debía su liderazgo, José Luis Ábalos y Carmen Calvo, para que no ganaran demasiado protagonismo ni se cobraran cara su ayuda. Ese es quizá el sentido de que los tres salgan a la vez. Hacer ministro a Redondo habría sido contraproducente para ultimar la ordenación del PSOE. Así que la estrategia Sánchez parece clara. Dejar que en las generales se presenten figuras de un partido renovado, con las nuevas ministras dotadas de cierto arraigo social y ciudadano, sin tocar a los líderes regionales, y esperar que una política económica firme y una forma más discreta de gobierno le dé votos en Madrid.

Y es que, según todas las apariencias, el perfil de las nuevas ministras es más bien propio de un centrismo capaz de abrir el abanico de votantes a los que estén asustados de la deriva popular y huérfanos ante la desaparición de Ciudadanos. La retirada de Miquel Iceta del Ministerio de Administración Territorial era una necesidad para ese esquema. Buena parte del electorado desconfía de unas conversaciones entre Iceta y el Govern catalán. Con ellas, sería fácil presentar las cosas como un arreglo interno entre catalanes que luego quedaría bendecido por el Gobierno de España. Esa imagen era mala en Madrid y blanco de las denuncias de la oposición. Pero, ¿quién puede pensar en un contubernio filo-catalán con una ministra castellano-manchega, que ha crecido en el partido de José Bono y Emiliano García Page, y que ensalza a Alfredo Rubalcaba en su primera comparecencia?

Por supuesto, toda la negociación con Cataluña será llevada por el discretísimo Salvador Illa y bajo la vigilante mirada de Iceta, pero las fotos se las llevará Isabel Rodríguez, de la que nadie puede pensar mal. Y eso es necesario para Sánchez para mejorar su imagen en Madrid, si quiere volver a gobernar. Puede confiar en sus socios de las nacionalidades, pero necesita dos cosas más: primero, erosionar el poder electoral de Ayuso en la región central y, segundo, compensar de alguna manera la previsible caída de Unidas Podemos, que no podrá mantener el número de diputados que ahora tiene. Y, sin embargo, es vital para este país bloquear el ascenso al Gobierno central del bipartito de Vox y el PP.

Por eso es importante la nueva ministra de Ciencia, Diana Morant. El número de jóvenes científicos de calidad en España es impresionante y, aunque no representen un gran abanico electoral, tienen una gran capacidad de representar a la juventud y sus ideales de futuro. Devolverles la ilusión, como promete la ministra, sería simbólicamente importante. Por eso es una pena que el Gobierno no haya dispuesto de margen para cambiar a Manuel Castells, cuya gestión en Universidades tiene un potencial electoral directo, hasta ahora completamente despreciado al implicarse en la defensa de la enseñanza virtual, algo que los estudiantes no perdonan.

En este sentido, que Sánchez pueda gobernar va a estar tan ajustado que todo dependerá de dos aspectos adicionales: primero, de los resultados que obtenga la formación de Íñigo Errejón, y segundo, de los resultados que logren una serie de partidos como Compromís, o los de Teruel, Canarias, Cantabria, etcétera. Ambos aspectos podrían avanzar a la vez si Errejón ultimase una formación federal en toda regla. En todo caso, ya ha logrado algo muy importante, con un esfuerzo constante de atención a la realidad, a saber: mostrar que Mas País es una punta de lanza de ideas modernizadoras reales, impulsando la agenda de transformaciones materiales básicas de nuestra sociedad (laborales, vitales, culturales, feministas y verdes), sin dejarse llevar por un radicalismo retórico estéril, sino inspirándose en un reconocimiento objetivo de la realidad. Por eso ha dejado expedito el camino a una cooperación funcional con la agenda de progreso española, pues sabe que es inaplazable un programa de reformas razonables al servicio de las clases populares. Esa agenda solo cuenta con el poder ejecutivo para desplegarse y por eso se necesita que este se ejerza en esta dirección progresista en el medio y largo plazo.