En varias ocasiones ha usado la expresión «mentalidad de descarte» el Papa Francisco. Es una expresión llamativa, porque parece que nos indica cierta selección hecha, con mayor o menor conciencia, de las personas de la sociedad. Hay personas que tienen un valor socialmente reconocido y, por otro lado, otras se descartan sin mayor problema.

Es como si los seres humanos fuesen cartas del Póker. Dejamos una y recogemos otra del montón. Se selecciona, ordinariamente, por su productividad. A veces usando concepto paralelos como eficiencia o eficacia. Si no aportas, se te descarta. Evidentemente que no lo decimos; ¿cómo lo vamos a decir? Aún nos queda algún residuo de humanismo y sigue resonando en el fondo el eco de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» (Art. 1). O, de una manera más elocuente: «Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía» (Art. 2).

Los mismos derechos sin distinción alguna. O sea, que sin posibilidad de descartar a nadie por nada. Cualquier actitud, positiva o negativa, de selección de personas, de descarte de personas, es inhumana. Ya sé que lo sabemos. Pero del descarte del que hablamos no es de una selección consciente. Se trata de una corriente cultural inconsciente que nos sitúa al margen de lo humano y un poco más cercano al mundo de la selección natural. Es un humo de sensibilidad que se cuela por las rendijas de nuestras mentalidades.

En una oferta de trabajo, cuando se establece el criterio de «absténganse mayores de 45 años», ¿no hay una actitud selectiva marcada por la productividad? Y lo consideramos lógico y normal, pues una empresa es una negocio, no una Ong. Y se nos cuela la mentalidad del descarte por motivos productivos. Las exenciones fiscales a la contratación en ciertas condiciones vienen a solventar la mentalidad dominante ofreciendo un contrapeso comunitario que busca el bien común. Pero debemos ser conscientes del humo del descarte.

De la misma manera que usamos mascarillas para evitar el contagio de la Covid-19, y de sus cepas progresivas, ¿no debiéramos usar algún tipo de profiláctico para no respirar el humo del descarte? Al menos, para ser conscientes de que ese humo está ahí, en la cultura dominante, y que lo respiramos sin darnos cuenta.

Espero que no me digan aquello de utópico. Porque la utopía mueve el presente. Y si son utópicos los derechos humanos declarados, «soñemos con la utopía».

Quienes hoy descartan, no duden que mañana puedan ser descartados.