Raffaella Carrá aparecía embutida en uno de esos trajes en los que yo no cabré en mi vida, nos miraba con una sonrisa tan amplia que le ocupaba toda la cara, y ya no hacía falta más para que el escenario se llenara de luz. Además estaban los chicos del ballet Zoom, también embutidos en unos pantalones que tampoco le cabrían a cualquiera, aunque la protagonista absoluta era ella, sin duda alguna. Los bailarines la llevaban de un lado para otro, la subían al cielo y se colgaban de sus caderas, pero la Carrá los dirigía con mano firme y cabeza mucho más firme aún,protegida por un peinado en el que no se movía ni un solo pelo. No recuerdo cuándo apareció en nuestras vidas, y me da mucha pereza o quizá miedo dejarme enredar por la nostalgia y tirar de hemeroteca para averiguar las fechas. No quiero saber en qué año aprendimos a movernos con sus números (cinquetre, cinquetre) o con su explota mi explo, o al menos así recuerdo yo la letra. Que pudiéramos acompañarla con nuestras voces era un logro. También lo hacíamos con ai can si hermoso player, la auténtica letra de la canción estelar de John Travolta en Grease en aquellos tiempos en que el inglés o era inventado o no era inglés. O yesajare, nazin bar ajare, otra de las grandes letras adaptadas de Bonnie Tyler y su corazón destrozado, pero no era lo mismo. Con la Carrá podías cantar sin miedo al ridículo. Y bailar también sin miedo, porque nadie era capaz de igualar su ritmo ni sus contorsiones, con lo que hasta los del pelotón de los torpes (o sea, yo) y de las que nos ponemos atrás en las clases de zumba, podíamos atrevernos. Para hacer bien el amor hay que venir al Sur, vociferábamos, y luego todos imitábamos sus gestos, con mayor o menor fortuna.Entonces no sabíamos que no se casaría nunca porque no creía en el matrimonio, que Fiesta hablaba de la libertad y de saber divertirse sin una pareja al lado, que Caliente, caliente hablaba sin tapujos del deseo femenino, que hacía bromas con el adulterio (una mujer en el armario) y que Lucas estaba dedicada a un amor homosexual. Entonces solo cantábamos sus letras y nos movíamos al ritmo de sus caderas de lamé. Por encima de panegíricos y reinvindicaciones, RaffaellaCarrá era la voz de nuestras noches, el alma de las verbenas, la banda sonora de las reuniones de amigas, bodas, bautizos y comuniones. A lo mejor no solo nos hizo más atléticos y más atrevidos en las discotecas, sino también nos abrió los ojos a un mundo que ni siquiera imaginábamos, una fiesta donde se podía bailar hasta el amanecer y los males de amor se curaban en el Sur, justo donde vivíamos, justo donde por aquel entonces nosotros tarareábamos sus canciones sin darnos cuenta de que hablaban de una vida que se extendía ante nosotros como una promesa deslumbrante.