Las primeras noticias llegaron con ese halo de abstracción que da a los acontecimientos la expresión sincopada de un tuit. Se hablaba de la muerte de Samuel Luiz y se discutía si era un crimen homófobo. El propio presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, se resistía en la radio a claificarlo como tal a la espera de más investigaciones policiales. Luego se han ido conociendo detalles que han intensificado el estupor. Las declaraciones del padre de la víctima, que manifestaba su voluntad de que no se politizara el caso, no ayudaron a que las cosas se calmaran. Por fin, hemos visto las redes incendiadas de pesar, indignación y dolor, en una escalada de mensajes que han llevado a manifestaciones importantes. Y no es para menos, porque lo que ha sucedido siembra la alarma extrema.

Cuando analizamos los sucesos, nos llevamos una idea precisa del clima que se está formando en España. Podríamos llamarlo una ciclogénesis explosiva. En la sociedad de la comunicación la entropía psíquica se proyecta en la redes con miles de mensajes que generan una atmósfera asfixiante. Cuando ese tipo de mensajes conecta con los representantes políticos e institucionales, se produce esa ciclogénesis que lleva a la catástrofe. El desorden psíquico entonces se siente asegurado, fortalecido, legitimado. Se desinhibe y muestra orgulloso sus manifestaciones.

Eso produce densas formaciones de conflicto. Para detenerlas, conviene repasar aspectos del suceso. La escena es objetivamente sencilla, pero alberga el volcán psíquico en el que está instalada una parte de la población española. Aunque se ha decretado el secreto del sumario, hemos sabido que un muchacho manejaba un teléfono a las tres de la madrugada y hablaba con unas amigas. Enfrente hay otro grupo más amplio. Samuel mantiene el teléfono ante su rostro, porque está realizando una vídeollamada y mira a la persona con quien habla.

Un joven del otro grupo interpreta que Samuel los está grabando. No tiene ningún motivo para pensar esto, pero lo piensa. Primer síntoma. El grupo agresor es el centro del mundo. Si un teléfono está en su línea de ojos es porque lo está grabando. ¿Qué puede hacer un teléfono en su cercanía, sino registrar su importancia? Este narcisismo es el primer síntoma del desorden psíquico que se ha convertido en general, que se ha hecho norma. Su primera consecuencia es inevitable. El narcisista concede a sus pensamientos potencia mítica. Es omnipotente. Lo que él piensa, es real. Si el grupo piensa, imagina, sospecha, o se le pasa por la cabeza que los están grabando, es que los están grabando.

No hay aquí pensamiento racional. Nada de mediaciones, nada de averiguaciones, nada de verdad. De forma inmediata, cualquier pensamiento o imaginación es certero. Si pienso algo, es real. No hay posibilidad de preguntar: ¿Oye, nos estabas grabando? Nada de momento reflexivo, nada de dudas. Y esto implica, tercer síntoma, un automatismo narcisista entre el pensar y la acción. No hay nada que interrumpa el operar de la pulsión, su frenesí. No hay enfrente seres humanos. En realidad, no hay nada. Sólo una retro-excitación solitaria de pensamientos que roza el solipsismo.

Por supuesto, no conocen a Samuel. El curso de sus pensamientos está entregado a sus fantasmas. Una buena parte de la opinión pública está equivocada aquí. Parece concluir que puesto que el grupo agresor no tenía constancia de la inclinación sexual de Samuel, no se puede decir que sea un crimen homofóbico. Pero eso es equivocado. El padre de Samuel tiene razón al pedir que se ignoren los gustos sexuales de su hijo. El crimen no es la secuencia de un juicio objetivo, ni sería menos homofóbico si Samuel fuera un fraile trapense, un asceta hinduista o un perseverante heterosexual. Samuel tiene que ser respetado como víctima, pero como vamos a ver es la víctima de un crimen homófobo. Tenemos que dejar de ir por el camino que dice: «Como no sabemos si era o no homosexual, no puede ser un crimen homófobo».

Este es un mal planteamiento. Con él se confunde motivación y razón. Parece que se necesitaría una razón o causa para decir que algo es un crimen homófobo. En este planteamiento, si Samuel no fuera homosexual, el grupo agresor no tendría razón para tener una motivación homofóbica. Pero ya hemos dicho que esa personalidad narcisista no reconoce razones, sino solo sus inclinaciones, imaginaciones o fantasías propias. El curso de imaginaciones que dispuso al grupo a la agresión no necesitó basarse en legítimas manifestaciones de afecto homosexual, propias de gente libre en un país libre. El grupo se vio compulsivamente inclinado a atribuir la condición de homosexual a Samuel, con independencia de cualquier otra cosa. Lo fundamental en estos crímenes no es que vengan causados por una u otra acción legítima de la libertad sexual. Es la subjetividad criminal del que mira.

Este es el punto central: tenemos que explicarnos cómo un curso de imaginaciones o de apreciaciones está en condiciones de desencadenar una conducta feroz, llena de saña, fría y al mismo tiempo cruel, violenta y persistente hasta llevar a una persona a la muerte. Lo sabemos porque estas personalidades son transparentes. No ocultan nada. Como todo lo que pasa por su cabeza es legítimo, lo dicen con claridad. «Maricón de mierda, te voy a matar». El grupo agresor se ha sentido legitimado a matar porque se imaginaba estar matando a un maricón. Al representarse al que había allí delante como gay, se autorizaron a producir una violencia mortal.

¿Pero qué representación puede movilizar la totalidad de la energía vital que se necesita para matar? El sentimiento del odio. Y para disparar ese sentimiento de odio, el grupo agresor tuvo que representarse a su víctima como homosexual. Y por eso estamos ante un terrorismo homófobo, como estábamos ante un crimen terrorista cuando alguien era atacado sólo porque era representado como español. He oído que alguien decía en las redes que habían matado a «uno de los nuestros». En efecto. Han matado a uno de los nuestros, de la ciudadanía española, de los homo y de los heterosexuales, de los bisexuales y de los ascetas. Porque los crímenes homófobos no son sólo los crímenes evidentes y atroces contra homosexuales, sino también los crímenes que cometen los homófobos sobre quienes ellos imaginan que lo son. ¿O hay que llevar un cartel de ‘Soy heterosexual’ para estar libres de morir? El odio, una entropía psíquica, siempre busca un objeto en el que proyectarse y exportarse, y siempre lo encuentra. Lo decisivo es que se autoriza a matar al objeto de sus proyecciones. Lo que le parezca al que odia, eso será la realidad. ¿Y quién está libre de no ser una de sus proyecciones? Como Samuel.