Es célebre la siguiente pregunta: si un árbol cae en un claro del bosque donde no hay ningún humano, ¿hace algún sonido? La respuesta podría ser que no, porque el sonido es una sensación percibida por un oído. A este problema filosófico podríamos añadir otro mucho más actual: ¿puedes pasarlo bien durante una noche de fiesta si no haces fotografías y las subes a tus redes sociales? Muchos, seguro, a tenor de cómo documentan cada una de sus farras, piensan que tampoco, que si no lo ven todos tus seguidores, no te has divertido.

Y, sin embargo, recurramos a los clásicos en este campo. Peter Hook, bajista de Joy Division y New Order, y socio de una de las discotecas más importantes de la historia de la música, confesó en su libro de memorias The Haçienda. Cómo no dirigir un club: «Si te acuerdas de algo, es que no estuviste ahí».

Otro club legendario londinense, Fabric, acaba de tomar una determinación. Cuando reabra sus puertas prohibirá que se puedan tirar fotografías. «Disfruta del momento», viene a decir en su anuncio. Con la nueva medida, quiere «proteger la experiencia de la pista de baile y evitar la ansiedad y el estrés de las redes sociales». Y, por ello, los móviles deberán quedar a un lado.

Esto, si bien ya funciona así en ciudades como Berlín, es novedoso. Casi una invitación a vivir el ahora sin dejar huella. A aprender que podemos disfrutar de un momento sin tener que documentarlo o enseñarlo. Algo así como a intentar divertirnos sin necesidad de posar para parecer que nos divertimos.

La medida, que parece de una importancia tangencial, podría tener su miga si la aplicáramos a otros campos. No hacer fotos de esta cena familiar ni aprovechar las frases del abuelo para quedar bien delante de nuestros seguidores, no fotografiar al sobrinito como si fuera un complemento para subir likes y followers, incluso viajar sin necesidad de decir que hemos viajado.

No veo que esto convierta las discotecas de electrónica en bailes decimonónicos de novela rusa, donde el house se bailará como si fuera la mazurca. Me parece además lógico que el baile, algo tan inútil como necesario, nos ayude a disfrutar de algo por el mero hecho de hacerlo.

La relación entre las discotecas, o la diversión, y las cámaras es peliaguda. Hace unos meses, un cliente demandaba a una discoteca de Vigo por haberlo grabado (y luego difundido en su cuenta de Instagram) besando a una chica que no era su novia (la Agencia de Protección de Datos amonestó al local). Muchas estrellas del pop (de Jeff Tweedy a David Byrne, pasando por Beyoncé) han abroncado a gente del público que no disfrutaba del concierto, sino que estaba pendiente del móvil (gente que paga 50 euros por un concierto para luego verlo a través de la pantallita de su teléfono). Incluso recuerdo la historia de un familiar, que cuando era adolescente viajó de tapadillo a los Sanfermines, porque sus padres no le dejaban ir. Pasó allí un par de días (y, sobre todo, de noches) y volvió a casa sin que lo pillaran. Días después, estaba viendo la tele con sus padres cuando decidieron cambiar a Informe Semanal: en un reportaje sobre las fiestas de Pamplona, la cámara decidió caprichosamente hacer un plano prolongadísimo y primerísimo de un chaval durmiendo la mona en un banco. Exacto: era él. La revolución no será televisada, pero en este caso la pillada sí.

Ahora que todos nos hemos convertido en reporteros de nuestras propias vidas, reaprender a disfrutar sin que nos persigan los paparazzi (nosotros mismos) parece una idea brillante en su sencillez.