En julio se entra de lleno en los meses del funambulismo familiar, cuando hay que hacer equilibrios entre la jornada laboral de los adultos y el final de curso de niños y adolescentes. Cada uno se organiza como quiere, o más bien como puede. Una de las alternativas son las colonias, que tienen una función educativa importantísima. Buena prueba de ello es que desde que se organizaron las primeras en el siglo XIX, cada vez se hacen más lugares.

Merienda de despedida de las colonias del Ayuntamiento de Barcelona, en 1932.

En la zona de Alemania se empezaron a hacer salidas puntuales para que los más pequeños estuvieran en contacto con la naturaleza y disfrutaran de una breve pausa de la disciplina escolar. Muy pronto en lugares como Dinamarca enviaron a los niños más pobres de las áreas urbanas durante un breve periodo de tiempo a las zonas rurales para que mejoraran su salud. Esta iniciativa estaba ligada al movimiento higienista, surgido en la Europa de la industrialización. Las ciudades crecían de manera desmesurada y las familias más humildes no tenían recursos suficientes para cuidar de sus hijos.

Ahora bien, el primero en organizar unas colonias similares a las actuales fue el pastor protestante Walter Bion de Suiza, en 1876. Acompañado de un grupo de maestros trasladó a 68 niñas y niños a las montañas de Appenzell. Aunque las criaturas estaban alojadas en casas particulares, hacían actividades colectivas supervisadas por los docentes. La iniciativa fue un éxito y enseguida fue imitada. Además, también surgieron proyectos laicos, como el impulsado por Edmond Cottinet en Francia en 1883.

En aquellos momentos las colonias ya interesaban mucho los pedagogos renovadores de la época. En 1881 se había celebrado un primer congreso internacional sobre el tema en Berlín y en 1888 tuvo lugar la tercera edición en Zúrich, donde por primera vez, participó un representante español, Manuel Bartolomé Cossío, que el año anterior se había encargado de las colonias promovidas por la Institución Libre de Enseñanza en San Vicente de la Barquera (Cantabria) para que los niños pudieran disfrutar del sol y los baños de mar, que se consideraban muy adecuados para fortalecer su salud. En Catalunya las primeras colonias fueron impulsadas por la Sociedad Económica de Amigos del País en 1893. Los críos, procedentes de la capital, fueron enviados a La Garriga, así como a Les Corts y Sarrià. Ahora estos dos destinos pueden sorprender pero entonces aún eran municipios independientes de zonas rurales del llano de Barcelona, que aún no habían sido devorados por la vorágine expansiva del crecimiento económico.

Durante el primer tercio del siglo XX en Catalunya se vivió un intenso proceso de renovación pedagógica, liderada por grupos de maestros convencidos de que la educación era una herramienta de transformación social. Es comprensible, pues, que se mostraran partidarios de introducir las colonias como una actividad educativa más. En este contexto, a partir del 1906, el Ayuntamiento de Barcelona comenzó a organizar unas colonias en vacaciones para atender las necesidades de las criaturas que ya no tenían curso escolar pero que sus padres trabajaban. Durante varios días se les llevaba a zonas de veraneo para que tuvieran la oportunidad de disfrutar de un tiempo de ocio en un ambiente saludable lejos de la ciudad.

Cuando durante la Segunda República se modernizó el sistema educativo, la pedagogía activa y las salidas al aire libre ganaron mucho protagonismo. En cambio, a partir de 1939, con el nacionalcatolicismo, la escuela retrocedió muchas décadas atrás y el Ministerio de Educación Nacional era el único que podía organizar colonias que, además, tenían una clara finalidad política. A partir de 1960 entidades privadas comenzaron a ofrecerlas y esto abrió las puertas a una nueva modernización pedagógica que eclosionó cuando el país recuperó las libertades durante la Transición. A partir de ese momento las colonias volvieron ganar protagonismo.

Lo que se tendría que conseguir es que las pudieran hacer todas las niñas y los niños, sin estar condicionadas por sus recursos económicos. Estas salidas no son ni un capricho ni un lujo. Son una herramienta pedagógica y una experiencia que ayuda a crecer.