Ya lo decía Julio Iglesias, que la vida sigue igual. El precio de los billetes aéreos a Canarias sigue estando, como los aviones, por las nubes. Sale enormemente más caro volar esas dos horas y media que irse a otros destinos europeos, aunque estén al doble de distancia que las islas. Da igual que se haya denunciado una y mil veces. Da igual que ese abuso inexplicable haya sido objeto de interminables y estériles discusiones políticas. Es el precio de la inexistencia de la libertad de mercado. El coste de la intervención de un Estado ineficiente, que ha dopado con subvenciones unos trayectos que se han vuelto —precisamente por eso— de los más caros del planeta. Quienes disfrutan del monopolio siguen pescando en la pecera de un mercado exclusivo. Los canarios tenemos descuento, pero los viajeros a las islas son prisioneros de un monopolio que controla la conectividad aérea del archipiélago con el resto del territorio nacional. Este veranos perderemos miles de turistas porque pocas familias pueden permitirse el lujo de pagar más por unos billetes que por toda la estancia de unas vacaciones. Pero no pasa nada. Después de tantos estudios, tantas especulaciones y tantas declaraciones altisonantes, siguen ordeñando como si no hubiera pasado nada. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque pueden hacerlo. Porque no hay competencia. Porque donde hay intervención del Estado se rompe la libertad del mercado. Y nunca aprenden.