Es un hecho que nadie sabe por qué se han disparado los contagios en Tenerife: 157 ayer frente a 56 en el resto de las islas. Cuando se dan muchas explicaciones es que no hay ninguna. No se sabe si es la variante del virus, con mayor capacidad de contagio, o el mayor número de población joven o el comportamiento de la población. Hasta el consejero de Sanidad, Blas Trujillo, de común un tipo sensato y prudente, ha terminado recalando en una afirmación de insondable profundidad científica: cuando hay más contagiados se producen más contagios y la progresión es exponencial. O sea, que cuanto más llueve más te mojas. Rondando el Nobel.

El Gobierno ha tomado una decisión difícil. Poner a esta isla en nivel 3 y aumentar las restricciones no es una medida popular. Pero es lo que creen que tienen que hacer. Lo que pasa es que cuando se lucha contra algo de lo que no se conocen las causas es difícil acertar con las solución más adecuada.

Lo primero es deducir que llegamos tarde. Hace ya bastantes semanas que tendríamos que haber reaccionado, antes de que se saltara la cadena de la bicicleta. Pero es que, además, algunos expertos han señalado los botellones y fiestas privadas como causa principal de los contagios. Si eso es así —y he escuchado decirlo— las restricciones que afectan al ocio y la hostelería son enormemente contraproducentes. Tanto como echar gasolina en un incendio. Porque si cierras los negocios que permiten tener garantías de trazabilidad lo que estás haciendo es fomentar los tenderetes ilegales. O sea, una incoherencia.

Ayer mismo aún se estaba discutiendo en el seno del Gobierno si eximir a restaurantes y bares de las restricciones que afectan al interior de los negocios. Precisamente porque las autoridades no están del todo seguras de acertar con la medida. Y porque para muchas empresas, esta nueva adversidad puede suponer la puntilla. Habían aguantado lo indecible y cuando ya empezaban a levantar cabeza les cortan el cuello.

Los brotes que se están produciendo en Tenerife constituyen una verdadera anomalía. Unos 120 personas, usuarios del albergue municipal de Santa Cruz están confinados en un hotel del Sur, con casi 70 positivos confirmados. El albergue no es un local de ocio nocturno. Ni organiza botellones ¿Cómo es posible que se descubra un caso de contagio cuando ya hay más de medio centenar de positivos? ¿No quiere decir eso que estamos fallando estrepitosamente en el sistema de detección del virus?

El Gobierno tiene que aumentar el proceso de vacunación en Tenerife, porque ya parece claro que en Canarias no llegaremos, como se había dicho, al 70% de inmunizados a finales de julio. Con eso salvaremos vidas, pero, además, es absolutamente prioritario que seamos capaces de contener las cifras de infectados. Y no solo por razones sanitarias. Nos estamos jugando la supervivencia de nuestra economía, que depende del turismo. Y estamos perjudicando los indicadores de toda Canarias, colocándonos fuera de los parámetros que permitirían sacarnos de los destinos prohibidos. Esto no solo va de restricciones, también exige decisiones.

El Recorte

El precio de los billetes

Ya lo decía Julio Iglesias, que la vida sigue igual. El precio de los billetes aéreos a Canarias sigue estando, como los aviones, por las nubes. Sale enormemente más caro volar esas dos horas y media que irse a otros destinos europeos, aunque estén al doble de distancia que las islas. Da igual que se haya denunciado una y mil veces. Da igual que ese abuso inexplicable haya sido objeto de interminables y estériles discusiones políticas. Es el precio de la inexistencia de la libertad de mercado. El coste de la intervención de un Estado ineficiente, que ha dopado con subvenciones unos trayectos que se han vuelto —precisamente por eso— de los más caros del planeta. Quienes disfrutan del monopolio siguen pescando en la pecera de un mercado exclusivo. Los canarios tenemos descuento, pero los viajeros a las islas son prisioneros de un monopolio que controla la conectividad aérea del archipiélago con el resto del territorio nacional. Este veranos perderemos miles de turistas porque pocas familias pueden permitirse el lujo de pagar más por unos billetes que por toda la estancia de unas vacaciones. Pero no pasa nada. Después de tantos estudios, tantas especulaciones y tantas declaraciones altisonantes, siguen ordeñando como si no hubiera pasado nada. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque pueden hacerlo. Porque no hay competencia. Porque donde hay intervención del Estado se rompe la libertad del mercado. Y nunca aprenden.