Lo primero, calma. Hemos estado en Nivel 3 en varias ocasiones. Esta pandemia nos ha entretenido con su permanente sube y baja de niveles. No es una buena noticia, sobre todo para la hostelería y el ocio. Ojalá las medidas que implica el nivel 3 consigan frenar la expansión de la enfermedad, aunque no se haya determinado con certeza que es lo que provoca una diferencia tan sustancial entre el comportamiento de la epidemia en Tenerife y el resto de las islas.

Este debiera ser un momento para intentar recapacitar y resolver algunos de los problemas de los que alertan los especialistas. Frente al exceso de autocomplacencia de alguno de nuestros líderes, controlar la enfermedad no depende sólo de que nuestra gente sea mejor o peor, ni siquiera depende solamente de que los ciudadanos cumplan razonablemente con las restricciones. Hoy los datos de Madrid –una ciudad dónde se actúa desde hace meses con bastante manga ancha– son inferiores a los nuestros, y lo cierto es que –se diga lo que se diga– no sabemos por qué diablos ocurre eso. De esta enfermedad hemos aprendido sobre todo a temerla, a protegernos de ella, a tratarla en casa y en los hospitales y –por fin, después de un esfuerzo científico sin precedentes en la historia- a inmunizarnos contra ella. Pero aún no lo sabemos todo. Aún seguimos dando palos de ciego.

Sí sabemos que hay cosas que podrían hacerse mejor. Para empezar, podríamos evitar convertir las decisiones epidemiológicas, en excusas para hacer mala política, enfrentar comunidades o sacar pecho. Y por desgracia, aquí nadie está libre de esos pecados. Podríamos tomarnos en serio hacer más controles y más cribaje. En Canarias, el cribaje está reservado para quienes manifiestan síntomas de la enfermedad. Podemos intuir que en Tenerife haya una mayor presencia de la cepa británica, más contagiosa. La secuenciación coloca a Tenerife treinta puntos por encima de Gran Canaria en presencia de la variante, y además tiene cierta lógica: en Tenerife entran cuatro veces más turistas británicos que en Gran Canaria, y lo hacen sin control: la Unión Europea estableció limitaciones y controles a la entrada de británicos, pero Pedro Sánchez decidió anunciar en Fitur que los británicos pueden entrar en nuestro país sin prueba PCR, sin necesidad de estar vacunados y sin ningún tipo de restricciones, sólo tienen que presentar un formulario de salud pública en el aeropuerto. No hay, claro, forma de estar seguros de si eso es determinante o no para que haya más contagios en Tenerife. Sobre todo si se reducen las secuenciaciones a la mitad en el último mes –lo denunció el neumólogo y diputado del PP Miguel Ángel Ponce, este martes en el parlamento regional–, o no se hacen análisis de variantes a todos los positivos, y esa parece ser la norma. Además, hay un problema serio con los rastreadores en Tenerife, también denunciado por el presidente del Colegio de médicos.

Lo cierto es que si se mantiene el ritmo de vacunaciones, a pesar de que no se cumplan las fechas previstas, la pandemia remitirá también en Tenerife. Esto pasará, no va a durar para siempre, y además estamos cada día más cerca del final. Pero las cosas podrían hacerse mejor: recuperar las pruebas a los turistas británicos, hacer cribajes en los hoteles, vacunar al personal del sector turístico… Y reducir al mínimo el impacto que la decisión pueda tener en la restauración tinerfeña, especialmente en aquellos locales que carecen de terraza. El cierre durante diez días es un duro golpe para muchas pequeñas empresas. Y además no es justo: no está demostrado que los contagios se produzcan allí.