El tiempo se va y vuelve. Hay tardes en las que sale uno a la terraza, observa el panorama y se da cuenta de que el tiempo no está, se ha ido, se ha licuado, no sé, pero percibes su ausencia como la de ese objeto familiar -una vieja bicicleta estática, por ejemplo, que arrojaste hace poco a un punto limpio-. La existencia se ha detenido, en fin, como tu vida. Hay una suspensión de todo, también la de la digestión de esa naranja que te tomaste hace una hora. Resulta paradójico que nos preguntemos cuánto durará ese paréntesis, ya que, al no haber tiempo, tampoco existe su unidad de medida. Pero mientras persiste, y pese a carecer de duración, eres más consciente de ti, de tu torrente sanguíneo, pongamos por caso. El tiempo nos obliga a vivir hacia afuera. Su ausencia estimula la introspección. Eres capaz de moverte imaginariamente por el interior de tu bóveda craneal y de estimular con el pensamiento cada una de sus zonas. De este modo, activas un olor, un recuerdo, una sensación corporal. Todo ello con los ojos abiertos, contemplando el horizonte, donde el Sol permanece quieto también en su caída. Esto no acabará jamás, te dices, como cuando en medio de la noche te levantas y vas a la cocina y abres la nevera y se enciende la luz de su interior, que es blanca, como la del más allá, y te quedas contemplando las carnes y los pescados y los quesos que se descomponen lentamente, que envejecen a velocidades microscópicas. También en esos instantes el tiempo se detiene y te quedas atónito frente a esa sensación de eternidad doméstica.

Sorpresivamente, alguien, en una de las casas del edificio, tira de la cadena del retrete y el tiempo vuelve de súbito a tu encéfalo, como cuando das un par de golpes a un aparato eléctrico que había dejado de funcionar. Entonces, sales fuera de ti tropezando con todas las irregularidades de tus vísceras, regresas, como aquel que dice, a la existencia y observas lo familiar con una extrañeza o con una curiosidad que permanece, con suerte, hasta la hora del desayuno. Tras el primer sorbo de café, la vieja bicicleta estática regresa a su sitio, las cosas encuentran de nuevo su lugar y tú mismo te acoplas a la rutina como tu cuerpo a una silla ergonómica.