Expulsado del PSOE, Casimiro Curbelo desempolvó un partido ya registrado por amables terceros, la Agrupación Socialista Gomera, y el casimirismo alcanzó su mayoría de edad, su madurez definitiva como instrumento organizativo y estilo de poder. Conviene, sin embargo, enfatizar un aspecto central: el casimirismo asejeré tiene como principal objetivo estratégico blindar indefinidamente el onmipresente y milagrero poder de Curbelo en La Gomera –ese clientelismo socialdemócrata ya estructural que se extiende por toda la isla– y a esa meta marmórea se subordina todo. Por supuesto que el pequeño emperador piensa en la expansión territorial, pero ni es exactamente una prioridad ni está dispuesto a sacrificar nada sustancial para asegurarla. Curbelo habla con muchísima gente cada día, comenta con algunos, especialmente en los sures tinerfeños, su interés por esta o aquella persona, y varios de los aludidos o contactados no resisten volcarse en el chismorreo. Pero casi todo es humo de cháchara, evidentemente. ¿Curbelo habla, se interesa, comparte cotilleos, engorda su ya monstruosa agenda telefónica? Por supuesto. Pero no se dedica a recorrer las islas fichando viejas glorias y promesas zombis para una aventura político-electoral de resultados harto dudoso. Lo de cooptar a Nardy Barrios como una suerte de Beatriz de Bobadilla, por ejemplo, parece más un chiste cruel que un chisme con alguna solidez.

El sempiterno presidente del Cabildo de La Gomera sabe que su influencia es larga, intensa y productiva, pero todavía conserva el suficiente olfato político para no olvidar que hay quien lo ve ya como un peligro. No para de pedir, exigir, demandar, y apenas estamos a mitad de legislatura. Hay gente, gente importante en el Gobierno de Ángel Víctor Torres, que no lo soportan, gente que lo sepultarían con gusto bajo una tonelada de almogrote. Son las gentes que en el último medio año han insistido ante el presidente que Curbelo está condenado a ser más una molestia que una solución, que Curbelo juega su propio juego sin reparos, que Curbelo, presidente, puede pasarse la próxima década, si el guarapo y la salud le acompaña, decidiendo quien gobierna en Canarias y eso, presidente, no es bueno para nadie.

En el PSOE tinerfeño todavía se recuerda que fue Casimiro Curbelo, aun coste de decenas de miles de euros, quien impidió que los socialistas consiguieran bruñir como primera fuerza en el Cabildo Insular. Su candidatura le arrebató ese éxito a Pedro Martín. Y Martín de gobernar el Cabildo no se ocupa gran cosa –se va corriendo a las cuatro o cinco de la tarde a su casa en Guía de Isora y los fines de semana y fiestas de guardar gestiona por móvil– pero sí escucha atentamente a las fuentes que le repiten que Curbelo o intentará de nuevo en el 2023. Al casimirismo le basta con sacar un consejero –aunque mejor si hay dos– para inaugurar un discurso sobre el sur maltratado y agónico y ser imprescindible para gobernar en una corporación con hasta cinco fuerzas políticas. Es la única apuesta territorial por la que se interesa, precisamente porque es que puede ganar. Ese es el equilibrio delicado que debe mantener: no perder su condición de árbitro de la política regional maximizando política y presupuestariamente semejante posesión y no descubrirse como una amenaza para los grandes partidos que pudieran unirse para limitar esa influencia y racanearle el aire hasta que no pueda silbar ni buenos días. Las dinámicas electorales en ciernes, la incansable habilidad del líder y la cobardía acomodaticia de sus amigos y adversarios parece indicar que solo Casimiro podría acabar con Curbelo o si él quiere, viceversa.