La sala estaba a rebosar. Gente de todo el mundo, vistiendo los hábitos de todas las creencias del planeta, llenaban la platea. En el escenario, con su inconfundible turbante de color azafrán, Vivekananda estaba nervioso. No le salían las palabras. Rezó un momento a la diosa Saraswati y entonces tuvo fuerzas suficientes para empezar: «Sisters and Brothers of America!». La ovación fue absoluta. Era el 11 de septiembre de 1893 y comenzaba el discurso que abriría las puertas del yoga en Occidente. En aquellos momentos, Vivekananda tenía treinta años y era un monje hinduista de los llamados swami, conocidos por llevar una vida humilde y consagrados a la enseñanza y la prédica. Formaba parte de una generación que había crecido leyendo la novela Anandamath, del escritor Bank Chandra Chattopadhyay. Esta obra, publicada en 1882, explicaba la rebelión de los sannyasi contra la Compañía de las Indias Orientales en el siglo XVIII y hacía un paralelismo con la lucha por la independencia para librarse del control británico. Anandamath despertó muchas conciencias y, a partir de ese momento, para demostrar su oposición a la imposición exterior, muchos indios rechazaron el estilo y las creencias occidentales para defender sus raíces culturales y religiosas.

Entre los elementos reivindicados estaba el yoga. Y no solo por Vivekananda sino también por otros santones, como Sri Aurobindo, que incluso llegó a ser encarcelado por participar en protestas donde se exigía la libertad de su país. Ellos no fueron los únicos modernizadores de la disciplina, pero sí los que influyeron en personajes clave para que llegara más allá de las fronteras del país asiático. Vivekananda veía el yoga como una herramienta de cohesión nacional que, además, era posible exportar más allá del territorio indio. Y no se equivocaba. Tal y como pudo comprobar al participar en el encuentro de Chicago de 1893. Ese año, la ciudad del lago de Michigan acogía una exposición internacional que, además, iba acompañada de todo tipo de actividades y congresos. Con la voluntad de promover el diálogo entre los creyentes de todas las fes del mundo, se organizó el Parlamento de las Religiones, donde Vivekananda fue la estrella porque supo conectar con la sociedad americana. Les permitía acercarse de manera individual –esto que ahora se llama crecimiento personal– a una espiritualidad desconocida. Al mismo tiempo, el monje hindú podía demostrar que las creencias que él compartía eran más antiguas que las que los colonizadores occidentales intentaban imponer a los indios. Hay que tener en cuenta que, en ese momento, sólo unos pocos países se disputaban el control total del globo terráqueo y que, sobre todo en Europa, estaba muy marcada la concepción que unas culturas eran mejores que las otras, porque se suponía que eran más evolucionadas. Según su punto de vista, tenían el deber de «civilizar» las culturas primitivas.

Al mismo tiempo, sin embargo, había una fascinación por todo lo exótico, sobre todo si venía de Oriente.

Apropiación cultural

Así pues, es comprensible que en 1893 en Chicago, la audiencia quedara fascinada con las explicaciones de Vivekananda. El éxito fue tan grande que el swami decidió quedarse en América para continuar su labor. Impartió conferencias, publicó textos y abrió centros como el Vedanta Society, de Nueva York, en 1895.

Vivekananda murió en 1902 y después de él otros le siguieron en la promoción del yoga, como Krishnamacharya, introductor de una práctica más física, que sus discípulos llevaron por Europa y América. El problema es que desde la segunda mitad del siglo XX hubo una creciente apropiación occidental de todo lo originario del subcontinente indio, desvirtuando su esencia.

Por esta razón, justo al empezar el nuevo milenio, se creó la Biblioteca Digital del Conocimiento Tradicional para preservar no sólo el yoga, sino también por ejemplo las prácticas de medicina tradicional basada en plantas para frenar las patentes piratas que pretenden sacar beneficios económicos de conocimientos ancestrales. Una forma de actuar que no deja de ser un nuevo tipo de colonialismo.