En el Séptimo Arte el futuro siempre ha sido apocalíptico. La visión de cineastas y guionistas sobre lo que nos aguarda ha estado marcada por el pesimismo, las catástrofes y el desorden. Parece que ese destino nos alcanza y, cada vez con más frecuencia, se ruedan películas donde el tiempo presente deviene en una realidad macabra y desoladora. Ya no consideramos las producciones sobre grandes pandemias como propias de la ciencia ficción y los acontecimientos inexplicables generan una mayor credibilidad, habida cuenta la coyuntura que nos está tocando vivir. Sea por la vía de los desastres naturales, las enfermedades, los alienígenas, los zombies o, simplemente, la Humanidad misma, la industria del cine ha apostado por que sean esas propuestas desesperanzadas las que marquen el rumbo.

Un fotograma de ‘Disomnia’.

La cinta Disomnia, estrenada en la plataforma Netflix, insiste en la existencia de fenómenos extraños y al margen de cualquier lógica para lograr una intriga efectiva y un entretenimiento aceptable durante poco más de hora y media. Dirigida por Mark Raso, responsable de los singulares Copenhague (que ganó el Gran Premio del Jurado del Festival de Cine de Florida) y Kodachrome, ambos dramas originales y bien contados, cambia radicalmente de género sin evidenciar apenas carencias. Su meritorio tránsito hacia la acción demuestra su condición de artista con aptitudes, aunque al final ponga de manifiesto que echa mano de recursos muy manidos, e incluso que su trama recuerda a otras vistas anteriormente. En todo caso, aunque la originalidad y verosimilitud de sus obras más dramáticas se pierden en Disomnia, el ritmo narrativo y la puesta en escena se revelan eficaces para un pasatiempo que no aspira a alcanzar unos objetivos elevados.

Una familia desestructurada y con problemas se enfrenta, junto al resto de habitantes del planeta, a un suceso global repentino e incomprensible que acaba con los dispositivos electrónicos y anula la capacidad de los seres vivos para conciliar el sueño. Semejante situación siembra el caos y saca el lado más salvaje de numerosas personas. Tan sólo Jill, una ex soldado de pasado complicado, podría hallar la clave de la cura en su propia hija, que sí consigue dormir. La sensación de enfrentarnos a una versión menor de otros títulos con un brillo superior es innegable. No obstante, algunas secuencias se pueden calificar de exitosas y su reducido metraje ayuda a mantener sin dificultad cierto nivel de distracción. Ni desentona ni destaca, por lo que constituye una opción propicia para ser vista en la comodidad del salón de casa, sin mayores pretensiones ni esfuerzos.

El productor del filme, Paul Schiff, es un tipo realmente ecléctico, conocido por comedias como Mi primo Vinny, Academia Rushmore o Sucedió en Manhattan, melodramas como La sonrisa de Mona Lisa, y largometrajes de acción como Arma joven y su secuela. Quizá sea el nombre que más desentone dentro del proyecto. Integrando el equipo artístico figura Gina Rodríguez, habitual de numerosas series televisivas y a quien también hemos visto en Marea negra, junto a Mark Wahlberg o en Aniquiliación, en compañía de Natalie Portman. Su labor resulta correcta, aunque ni el personaje ni el guion le permitan un destacado lucimiento. La joven Ariana Greenblatt, que participó en Vengadores: Infinity War interpretando el papel de Zoe Saldana de niña, da vida a su hija. Entre los actores secundarios encontramos a Jennifer Jason Leigh, gran promesa de los primeros años noventa, que concatenó en sus inicios profesionales títulos como Mujer blanca soltera busca, Vidas cruzadas, La Sra. Parker y el círculo vicioso o Eclipse total (Dolores Claiborne). Su estrellato no evolucionó como se esperaba y, pese a sus apariciones en Camino a la perdición o Los odiosos ocho, ocupa un lugar relegado entre las actrices.