Dijo «su primer LuisViii» y se armó la marimorena. Cualquier lector que esté más o menos pendiente de las redes sociales se habrá dado cuenta de que estos días todo el mundo bromea sobre un vídeo donde una madre regala un bolso de mano a su hija por haber aprobado el curso. El complemento es de la marca Louis Vuitton pero como parece que el nombre se les hacía demasiado largo lo acortaron con un «LuisVi».

Louis Vuitton, el fabricante de maletas más famoso del mundo.

En otra época toda esta historia absurda habría quedado circunscrita a la intimidad familiar, pero la necesidad de convertir la vida personal en espectáculo digital ha provocado un alud de comentarios y bromas haciendo mofa del momento LuisViii.

Historia de un tal LuisVI

Actualmente Louis Vuitton es una de las marcas más asociadas al lujo, por eso cuando una influencer se quiere marcar un punto con su hija delante de sus seguidores, elige uno de sus productos para hacerle un regalo que tenga trascendencia. Nada nuevo. Madre e hija son una simple eslabón más de la larga cadena iniciada el siglo XIX, cuando Louis Vuitton tuvo los primeros clientes.

Efectivamente, es el nombre real de un hombre de carne y hueso nacido en 1821 en un pueblo del interior de Francia llamado Anchay, situado muy cerca del la frontera suiza. Nada hacía pensar que acabaría convirtiéndose en una celebridad de la marroquinería cuando a los 10 años quedó huérfano de madre y su padre se casó con otra mujer. Al poco tiempo el chico abandonó su casa. El objetivo era París pero como no tenía dinero ni medio de transporte se dispuso a hacer a pie los 400 kilómetros hasta llegar a la capital. La cosa se alargó porque durante el trayecto fue haciendo varios trabajos para ganarse la vida y tardó dos años en completar el trayecto.

Una vez en París fue contratado como aprendiz para un maletero llamado Maréchal, que le enseñó todos los secretos de un oficio muy artesanal. No era como ahora, cuando la mayoría de productos consumidos se fabrican masivamente para ponerlos al alcance de todos los bolsillos. De hecho el equipaje solo lo necesitaba la minoría que viajaba, porque entonces esa actividad era un lujo al alcance de la aristocracia y la pujante burguesía, que iba ganando importancia a medida que triunfaba la Revolución Industrial.

En 1854, cuando tenía 33 años, Vuitton decidió que ya había trabajado suficiente para los demás y abrió negocio propio. Hizo algo rompedor: elaborar las maletas y los baúles planos y rectangulares para adaptar sus productos al transporte más moderno y eficiente que había entonces, el ferrocarril. Esa gente rica que quería ir a pasar unas semanas en un balneario o la Costa Azul necesitaba algo más que una bolsa como estas que tenemos ahora de equipaje de mano. Llevaban los vestidos de día, los noche, los de etiqueta... y les importaba un bledo si todo aquello pesaba u ocupaba espacio. El equipaje lo preparaba el servicio y los mozos de cuerda de las estaciones lo cargaban en los vagones, todo perfectamente colocado gracias al diseño de los baúles salidos de casa Vuitton.

El maletero tuvo la suerte de que la gran influencer de la época, Eugenia de Montijo, se fijara en su trabajo. Aquella granadina se coronó emperatriz de los franceses en 1853 al contraer matrimonio con Napoleón III, que fue el último monarca que reinó en Francia. Tanto por el cargo como por su belleza, Eugenia se convirtió en el centro de todas las miradas y las mujeres de la alta sociedad imitaban todo lo que hacía (no necesitaba TikTok para que le hicieran caso). Así que, cuando escogió Vuitton como su maletero oficial, todo el mundo con ínfulas de ser alguien en el París del Segundo Imperio también le hizo encargos. El negocio iba tan bien que en 1871 abrió una tienda en la Rue Scribe.

A pesar de que los franceses al final echaron Napoleón III y volvieron a ser republicanos, Vuitton tenía tanto prestigio que su buen nombre continuó. Al morir, en 1892, su hijo George siguió con el negocio y lo consolidó hasta convertir Louis Vuitton en una de las primeras marcas del mundo del lujo. Lo que no se ha podido comprobar es si entre la alta sociedad parisina había alguien que presumía de tener un «LuisViii».