Vivimos en tiempos de política extraviada: el esperpento de la presidenta de Madrid sobre la firma del Rey en los futuros decretos de indulto es propio de alguien que no consiguió nota en la EBAU para hacer Derecho; los segundos de paseo por un pasillo bruselense de Sánchez con Biden, zancadas finales incluidas, son más bien la crónica de la irrelevancia española.

Lo de Isabel Ayuso resulta preocupante, pero no porque el papel del rey en la certificación de los indultos pueda suponer un conflicto al Jefe del Estado: hasta en Vox han salido a replicar a la presidenta madrileña con una correcta interpretación del rol constitucional del monarca. Cosas veredes. El monumental desliz de doña Isabel demuestra no sólo su parquedad de formación, sino el peligro de convertir en virtual esperanza blanca del PP a una joven cuyo principal mérito hace apenas diez años era haber creado primero y gestionado después la cuenta en twiter del Pecas, el can doméstico de la señora Aguirre. Uno no se explica ni lo que vió en Ayuso ese coleccionista de errores que es Pablo Casado, ni qué clase de rechazo puede haber provocado Sánchez a tantísimos madrileños, como para que la votaran masivamente hasta en el cinturón rojo. En fin, que el ascenso fulminante de Ayuso a las cumbres del PP demuestra la inanidad de la política: si esta Ayuso puede llegar a ser en un par de años candidata a presidir el Gobierno –que harán falta ganas, tal y como lo va a dejar Sánchez– uno se pregunta qué diablos ha pasado en este país…

La respuesta es como un jarro de agua fría para alguien que se dedica al periodismo desde hace más de cuatro décadas. Ayuso también es periodista, por si no lo sabían, y su éxito político en Madrid tiene bastante que ver con haber fichado –contra el criterio de su propio partido– al ex secretario de Estado de Comunicación con Aznar, responsable de Comunicación del PP con 25 años, y también periodista, Miguel Ángel Rodríguez, otro aventurero precursor del estilo que ha convertido a Iván Redondo en uno de los tipos con más poder de España. Aunque a veces tener mucho poder sólo sirve para que el ridículo sea más grande. Y no es que Redondo sea directamente responsable del fiasco bruselense de Sánchez con Biden, ese paseo de menos de un minuto que le agendó la ministra de Exteriores, para que Sánchez pudiera hacerse la foto con Biden. Pero el hombre que se tiraría por un barranco si Sánchez se lo pide, sí que es responsable de haber hinchado el pato de ese paseo negociado, convirtiéndolo en esa nueva alineación planetaria con la que un muy crecido Sánchez completaba su particular domingo de resurrección tras Colón y Andalucía: colaboración militar, interés español por actualizar el acuerdo bilateral en defensa, situación en Latinoamérica, preocupación por la situación migratoria y económica en la región tras la pandemia, y felicitaciones por la agenda progresista de Biden y el retorno a los grandes consensos multilaterales, especialmente en lo relativo al cambio climático… Todo un récord en 45 segundos.

Lo dicho. La política española ha dejado paso a estos juegos de periodistas, comunicadores, politólogos y enteradillos varios, especializados en fuegos de artificio y declaraciones inanes en la que ni siquiera gana el más listo, sino el que es capaz de decir más ocurrencias en menos tiempo. Son estos tipos (y a veces colegas) quienes crearon la nueva política, quienes gobiernan sobre el lenguaje, quienes resuelven todos los problemas con una promesa a cumplir cuando ya no estén quienes prometen. Y aquí seguimos todos los demás, en este país castigado por una de las mayores tasas de mortalidad de la pandemia, cercado por la crisis económica más severa que afronta Europa, arruinados hasta la trancas y con el futuro color ojo de hormiga, a la espera de nuevas sandeces de unos y otros, para consolarnos hablando de que el nuestro es el país de Valle Inclán.