Esto es lo que hay: la gente con talento generalmente triunfa y luego estamos todos los demás. Conozco médicos que ganan un pastón trabajando catorce horas diarias, en la medicina pública y en la privada. Existen emprendedores que montan un restaurante o una dulcería o una tienda y se forran. Hay escritores de éxito que venden miles de libros. Y cantantes a los que les sale el dinero por las orejas después de cosechar un éxito tras otro con sus canciones. Pero por cada uno de esos triunfadores existimos otros cientos de miles de seres humanos corrientes y molientes. Esa inmensa mayoría que algunos consideran mediocridad. Los que decimos que nuestras profesiones están muy mal pagadas, para no decir la verdad: que “nosotros” somos los que estamos mal pagados.

Por esa inmensa mayoría siempre está hablando alguien. Por lo visto somos tan mentecatos que necesitamos representantes que digan lo que supuestamente pensamos o lo que nos conviene. El que quiere hacer algo importante en la vida y no sabe componer una canción de éxito acaba hablando por otros. Y algunos de estos portavoces sostienen ahora que la gente necesita un salario digno. Que las familias necesitan recursos para vivir con dignidad. Confunden el culo con las témporas. La gente necesita ganar más para vivir mejor. La dignidad no tiene nada que ver con el dinero. Hay gente humilde que tiene más dignidad de la que uno de esos bocazas podrá tener en toda su vida.

Dos políticos han tocado recientemente un asunto del que nadie quiere hablar. La superpoblación de Canarias. Lo ha dicho Román Rodríguez, vicepresidente del gobierno guanche. Y lo ha dicho un parlamentario de Podemos, Francisco Déniz. El primero asegura que el crecimiento demográfico de Canarias, un 30% en dos décadas, es insostenible. El segundo, que es sociólogo doméstico, ha denunciado que tenemos una densidad de población superior a la media del Estado.

La agregación de población en Canarias es producto de una anomalía: importamos mano de obra barata para el sector servicios, aunque tengamos un paro que duplica la media nacional. Y esa población se fija en las zonas turísticas, que es donde se produce la demanda de empleo. Así ocurre que tenemos islas despobladas y con una población envejecida, como La Palma, La Gomera o El Hierro, donde no se produjo una eclosión turística, frente a otras hiperpobladas al calor de los hoteles. Y ello junto a las grandes áreas metropolitanas, convertidas en residencia de los 160 mil empleados de las administraciones públicas.

En realidad, la población ideal de un territorio es relativa. En Singapur, con 730 kilómetros cuadrados, viven unas seis millones de personas. O sea, unos ocho mil habitantes por kilómetro cuadrado. En Canarias somos dos millones doscientas mil personas en 7.200 kilómetros cuadrados. Trescientos habitantes por kilómetro cuadrado. La cuestión, entonces, es la carga de población que puede sostener la economía de un país. Singapur es uno de los más ricos del mundo. Canarias, ya sabemos cómo está. No es el dedo, es la luna. No es la gente, ¡es la economía, estúpido!

EL RECORTE

Un paseo casi ridículo. Pedro Sánchez El Magnánimo lleva una temporada horrible en la que no gana para disgustos. A pesar de la alegría que le proporcionó la jubilación anticipada de Susana Díaz, la baronesa socialista de Andalucía, a manos de Juan Espadas, el candidato triunfante del PSOE para optar a la presidencia de la Junta, las movidas que está provocando su anuncio de indultos a los independentistas catalanes en prisión –o sea, a los políticos presos– le han dado más de un dolor de cabeza. Hoy tendrá otro, porque una anunciada reunión con el presidente de los EEUU, Joe Biden, se quedó en un breve y hasta casi ridículo paseo tras la foto de familia de la cumbre de la OTAN en Bruselas. Unos cuarenta segundos caminando al lado de un bastante desinteresado Biden que, por lo que se observa un el vídeo que ha corrido como la pólvora, le prestó muy escasa atención. Puede que el desaire tenga que ver con la posición norteamericana tan favorable a la diplomacia de Marruecos, que persiste en su enfrentamiento con España; que simplemente se deba al escaso protagonismo internacional de nuestro país o que solo obedezca a la ya conocida prepotencia de los norteamericanos con los países europeos, a los que siempre han mirado con un enervante paternalismo. Pero la imagen que ha dado el presidente de todos los españoles ha sido francamente desafortunada. Tanto que Isabel Ayuso, que no se pierde una fiesta, la llamó ayer la “cumbre bilateral de los 26 pasos”. Una hiriente puñalada que le pusieron muy a huevo.