No deja de tener su gracia la opinión de Podemos en contra de las grandes obras de infraestructura, que consideran propias del “desarrollismo franquista” del piche. La dictadura en España fue más de pantanos –o sea, de agua– que de asfalto. Pero es que, además, todos los gobiernos de progreso han identificado el desarrollo de sus sociedades con las inversiones en grandes obras de infraestructuras públicas.

Sería difícil entender la historia del crecimiento económico de Las Palmas sin el puerto de La Luz. O de Tenerife sin el aeropuerto del Sur. O de La Gomera sin Los Cristianos. En general, la expansión económica se ha producido apoyada en la mejora de las comunicaciones y los equipamientos. La izquierda del ‘zurrón del gofio yo lo traigo aquí’, tiene alergia al hormigón, pero ningún problema en gastar a manta en escuelas o universidades (una parte importante de sus cuadros son funcionarios en ese sector) o en servicios públicos como la sanidad. Pero si no hay piche no hay escuelas. Y sin los impuestos que genera el progreso económico no se sostiene la sociedad del bienestar.

Resulta cansino repetirse, pero Canarias vive del turismo. Y la conectividad aérea es esencial para ese sector. Pedir una nueva terminal o una segunda pista en el aeropuerto del Sur no es un capricho hormigonero, es una previsión de futuro. Alarmarse porque AirEuropa acabe en manos del grupo IAG (British Airways e Iberia) es la única reacción que cabe ante la pérdida de conectividad entre Canarias y la Península, que va a quedar, aún más, en manos de un oligopolio. Pensar en nuevos proyectos, como el del tren, no son delirios de un “desarrollismo franquista”, sino cuestiones vitales que afectan a la prosperidad de todos.

La izquierda verdadera se opone al nuevo puerto de Fonsalía porque parece considerar que se trata de poner más hormigón en ese mar azul que brilla y molestar a los calderones. Es la ensoñación romántica de una sociedad de mochila y bicicleta; la del buen salvaje, que aquí se lo guisa y aquí se lo come. Para que luego digan que la autarquía franquista no dejó secuelas. Pero no nos engañemos. No son ellos los que están paralizando las grandes obras de esta isla. Si Tenerife va de culo y sin frenos es porque carece de una sociedad civil comprometida. Porque sus empresarios son un desastre cuyo mayor talento consiste en odiarse mutuamente. Porque sus sindicatos viven exclusivamente preocupados de la función pública de la que viven. Y porque los tinerfeños son un manso y disciplinado rebaño que acepta dócilmente lo que le echen: desde las colas eternas a los grandes proyectos que solo existen en el mundo imaginario de los titulares de los medios de comunicación.

La obra de la playa de Valleseco acaba de empezar. Treinta años después. El puerto de Fonsalía, previsiblemente, no se hará nunca. Como no se hizo la regasificadora. Ni el superpuerto de Granadilla. Como no se hará nada que pueda no hacerse. Porque, al final, es que, en realidad, no le importa a nadie.

EL RECORTE

Deseos y realidades

Esta semana hemos tenido vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, en versión Davy Crockett, defensor de El Álamo. O sea, un apóstol de las causas perdidas. Ha argumentado con pasión que en este país deben pagar más lo que más ganan. Y en eso ha estado listo, porque no hay como pedir lo que ya te han dado. Resulta que en España existe una fiscalidad progresiva en la que pagan más IRPF los que más ganan. A partir de ahí las cosas se complican. Porque Rodríguez ha dicho que hay que acabar con el fraude fiscal. Que es lo que dicen todos los políticos desde que el mundo es mundo. Pero en un país con una floreciente economía sumergida de unos 250 mil millones de euros pedir eso es como cuando alguien que está de copas pasa de la exaltación de la amistad a los cantos regionales y acaba brindando por la paz mundial. Igual tendríamos que empezar por Canarias que -en esto también- estamos a la cabeza del Estado en fraude fiscal, con un 30% de la economía productiva funcionando en la sombra. Pero la realidad va contra los deseos y esperanzas del Vice canario. Nadie va a aflorar nada. Y la nueva fiscalidad que está en el horno va a recaer en los impuestos indirectos o especiales (las bebidas azucaradas, el diésel o el transporte aéreo) que terminarán repercutiendo en los ciudadanos (hasta se habla de una posible subida del IVA a comienzos del año próximo). Pagarán más los que consuman más. O sea, todo el mundo, cuando compre lo que necesita una familia para vivir. Esta fiesta no la van a financiar unos cuantos millonarios. Eso solo es mala demagogia publicitaria. Hoy prometen que los impuestos para las clases medias no van a subir. Ya verán ustedes mañana.