Esta semana hemos tenido vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, en versión Davy Crockett, defensor de El Álamo. O sea, un apóstol de las causas perdidas. Ha argumentado con pasión que en este país deben pagar más lo que más ganan. Y en eso ha estado listo, porque no hay como pedir lo que ya te han dado. Resulta que en España existe una fiscalidad progresiva en la que pagan más IRPF los que más ganan. A partir de ahí las cosas se complican. Porque Rodríguez ha dicho que hay que acabar con el fraude fiscal. Que es lo que dicen todos los políticos desde que el mundo es mundo. Pero en un país con una floreciente economía sumergida de unos 250 mil millones de euros pedir eso es como cuando alguien que está de copas pasa de la exaltación de la amistad a los cantos regionales y acaba brindando por la paz mundial. Igual tendríamos que empezar por Canarias que –en esto también– estamos a la cabeza del Estado en fraude fiscal, con un 30% de la economía productiva funcionando en la sombra. Pero la realidad va contra los deseos y esperanzas del Vice canario. Nadie va a aflorar nada. Y la nueva fiscalidad que está en el horno va a recaer en los impuestos indirectos o especiales (las bebidas azucaradas, el diésel o el transporte aéreo) que terminarán repercutiendo en los ciudadanos (hasta se habla de una posible subida del IVA a comienzos del año próximo). Pagarán más los que consuman más. O sea, todo el mundo, cuando compre lo que necesita una familia para vivir. Esta fiesta no la van a financiar unos cuantos millonarios. Eso solo es mala demagogia publicitaria. Hoy prometen que los impuestos para las clases medias no van a subir. Ya verán ustedes mañana.