Esta pesadilla está a punto de terminar. No, no el Gobierno autonómico, sino la crisis infernal provocada por la pandemia y abierta ya hace más de un año, y quien lo dice es precisamente el Gobierno autonómico. A lo largo del pleno de ayer lo proclamó con su cada vez más habitual frivolidad el vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez: “Ha empezado la recuperación económica”. Rodríguez no puede sustentar esta proclama despendolada, acaso indecente, en indicios estadísticos firmes y convincentes, pero da exactamente lo mismo. Entre otras cosas porque nadie, desde la oposición, es capaz de afearle la conducta y pedirle algo así como un fisco de vergüencita. En la dirección de CC siguen creyendo que la eficacia de un grupo parlamentario se solventa repartiendo salomónicamente (o no) las preguntas e interpelaciones. El consejero de Hacienda suelta semejante enormidad y los diputados coalicioneros continúan en escaños que parecen catafalcos, escudriñando sus móviles, leyendo papelotes, bostezando o, como en el caso de José Miguel Barragán, practicando una suerte de yoga parlamentario, una inalterable quietud budista, porque Barragán sabe, como Siddartha, que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

El diputado de CC, Pablo Rodríguez, ayer en el Parlamento de Canarias. CARSTEN W. LAURITSEN

Abrió el turno de preguntas al presidente del Gobierno Manuel Marrero, pero en realidad Manuel Marrero hizo de Ángel Víctor Torres para preguntarse y responderse a sí mismo y ayudarnos a superar a todos el cáliz de su pregunta. Ah, sobre los 1.114 millones que se repartirán entre pymes y autónomos un día de estos, unos dicen que la piñata empezará en julio, otros en agosto, ya lo dirán los propios dioses. Torres estuvo muy de acuerdo con él en todo, una forma de estar de acuerdo con uno mismo, y aprovechó por cascarnos por enésima vez que era una pasta enorme, que Canarias recibía el triple que le correspondería por su población (¿qué diablos pinta aquí el criterio poblacional?) y que el montante corresponde a 529 euros per cápita, nada menos. Y entonces, por primera vez en la mañana, soltó una frase que repetiría, refiriéndose al Gobierno de Pedro Sánchez: “Hay que ser agradecidos”. La principal referencia político-ideológica de Torres en sus relaciones con Madrid, ha quedado claro, son las frases escogidas de la cartilla Paláu de su infancia escolar, como aquella tan hermosa que reza: “Buenas palabras y buenos modeles abren las puertas principales”. Torres es muy de refranero implícito. Hay otros diputados, por ejemplo Teresa Cruz Oval, que prefieren el refranero explícito, aunque sea inventado. Ayer la señora Cruz estuvo magnífica cuando advirtió a la Cámara que “a toro pasado..eeeh…todos somos toreros”. Hay plenos y comisiones en las que sus señorías hablan como extraterrestres cuyo único contacto con la cultura humana previo a su llegada a la Tierra fueran un par de capítulos de Barrio Sésamo.

Luego Casimiro Curbelo expresó su compasiva preocupación por la subida de la tarifa eléctrica, lo que aprovechó Torres para mostrar de nuevo su agradecimiento al Gobierno central por la compensación financiera al déficit del sistema eléctrico canario. María Australia Navarro preguntó por la ocupación turística previsible, el presidente aseguró que en el próximo diciembre correspondería al 70% de la ocupación registrada en diciembre de 2019, la líder del PP se hizo un lío con las cifras y Torres la corrigió casi paternalmente. Las críticas de Vidina Espino corrieron parecida suerte y ya el presidente, dopado por su propia retórica de supermercado en rebajas, comenzó a alzar el tono, criticó la política económica y tributaria de Mariano Rajoy, proclamó que en vez de recortar él se dedicaba a responder y recordó las angustiosas reuniones de los Consejos de Ministros cuando gobernaba el PP. “Esos viernes negros han sido sustituidos por martes de esperanza”. Arriba, en el gallinero, los cuatro gatos de la prensa intentaron un análisis estilístico sin mayores resultados. Se admiten apuestas sobre si eso lo escribió Pardellas o Carlos Gardel.

El surrealismo matinal continuó con la pregunta de Luis Campos, camisa blanca de su esperanza, frustrado vocalista de los de Palacagüina, quien advirtió que el casi nunca preguntaba sobre la subida o la bajada del desempleo, porque no era tan mundano ni tan aprovechado, pero es que en mayo el paro había decrecido en 5.000 almas, y eso había que festejarlo (comedidamente). Es un poco extraño, porque Canarias fuera la segunda comunidad autonómica donde menos bajó el desempleo el mes pasado, con el agravante de ser la segunda que más empleo ha desaparecido, pero ¿por qué agüar las alegrías? Por desgracia la racha se vio interrumpida por los cenizos de la oposición. Es curioso: pasa el tiempo y el Gobierno, y las fuerzas que lo apoyan, especialmente el PSOE, soportan cada vez peor las críticas de la oposición, y sueltan enormidades sin recato, como la de Nayra Alemán, portavoz socialista, que espetó ayer que “algunos de la oposición se entristecen porque la vacunación va muy bien, pero ese es el nivel”. No se han voceado grandes ni agrias críticas al programa de vacunación, aunque se hayan expresado con dureza algunas dudas, especialmente en sus comienzos. Pero la portavoz socialista es capaz de afirmar que a los partidos de la oposición les alegra que los ciudadanos no se vacunen. Ese es el nivel. En fin, que Pablo Rodríguez afeó al Ejecutivo haber reducido el Plan de Reactivación Económica de Canarias en papel mojado, o más bien chorreante, y el consenso alcanzado en mayo de 2020 es un elemento decorativo, que es exactamente lo que ha pasado. El presidente Torres se limitó a leerle a Rodríguez los grandes objetivos del plan, preguntándole, como un profesor un punto impaciente, si el Gobierno no había hecho esto o lo otro. Hasta el diputado coalicionero se quedó sorprendido con semejante metodología. ¿Eso es lo que Torres entiende por consenso? ¿Deletrear en la Cámara los objetivos de un documento que presentó con bombo y platillo, el Día de Canarias del pasado año, como la hoja de ruta para salir de la crisis económica y social sobre la base del diálogo y el acuerdo político?

Lo más sabroso, sin embargo, fueron la pregunta y comparecencia que coincidieron, agotadoramente, en hablar de los benditos 1.114 millones cedidos por el Estado en concepto de ayudas directas a empresas y autónomos. Quizás merezca la pena recordar que Alemania, por ejemplo, repartió un primer paquete en ayudas directas en septiembre del pasado año. También Donald Trump firmó innumerables cheques, con valor de miles de millones de dólares para ayudas directísimas al principio del pasado otoño. En España se han arbitrado varias fórmulas de apoyo (exoneraciones fiscales o créditos ICO, por ejemplo) pero en concepto de ayudas directas, ni un céntimo. Por supuesto, eso no fue obstáculo para que Román Rodríguez escenificase una explosión de triunfalismo que a ratos pareció pasmoso. Antes de distribuir un solo euro insistió en que “ya empezamos la remontada” (lo mismo que anunció exactamente el pasado año) y recordó una y otra vez que más del 80% de las ayudas “irán directamente a pymes y autónomos”. Rodríguez, por supuesto, le recordó al PP que habían dedicado “más de 1.000 millones (sic)” en salvar a la banca, “mientras nosotros vamos por el camino opuesto”. Sin duda el vicepresidente se refería a las cajas de ahorro y a sus disparatadas funciones, no a la banca privada, pero ya no había quien lo parara, estimulado por una Esther González que mostró, entre mohines de asco, su hartazgo por las críticas de la oposición, ya está bien de críticas desacertadas, interesadas, agoreras, mezquinas. Más adelante Rodríguez, hablando de presión fiscal, dijo que él era partidario de que los ricos paguen más. “Yo defiendo una política fiscal asimilable a la de los países más desarrollados”, subrayó, en alusión a Holanda o a Suecia. Y eso basta para aclarar las limitadas entendederas económicas y fiscales del consejero de Hacienda, porque las políticas tributarias de Holanda sería impracticables en Canarias, un país muchísimo más pobre y menos robusto productivamente que Holanda. La más baja productividad y la fiscalidad más elevada no parece una fórmula ya no inteligente, sino realista. Pero ahí estaba el eufórico vicepresidente huyendo de la realidad y algo borracho de sí mismo, entonando su propio riqui raca y zumbándole a la vaca.