El mercado eléctrico está intervenido por una serie de normas y regulaciones para cuya comprensión es necesario ser capaz de resumir en medio folio la Crítica de la razón pura de Kant o haber participado en el diseño del software del robot Perseverance, que sigue caminando por las llanuras de Marte aunque ya nadie le haga ni repajolero caso.

Cuando pagamos el precio de la luz no estamos abonando el precio de la energía sino que además se nos están aplicando sobrecostos sobre el precio real del mercado. Solo una parte de la factura de la luz corresponde a los precios del mercado eléctrico (en torno a un 35%) y el resto, son costes determinados por el gobierno. Entre otras cosas, de ahí salen los casi dos mil millones que todos los españoles, cuando ponen las lavadoras, están pagando para subvencionar la luz en Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla. Los impuestos indirectos son maravillosos, porque no se notan. Y por eso el IVA o el impuesto especial a los combustibles constituyen una maravillosa y nutritiva sopa donde todos los gobiernos meten la cuchara sin hacer ruido.

La realidad es que no hay ningún mercado regulado o intervenido que funcione. Porque reúnen lo peor de las economías de planificación centralizada y lo peor de las economías de libre mercado. Decir que la producción, comercialización y venta de electricidad en España es un mercado libre es simplemente una burla. La electricidad un servicio esencial, un bien básico y de interés económico general regulado por más leyes que dedos tenemos en las manos. Y donde intervienen diferentes organismos (OMIE, REE) y complicados sistemas de precios mínimos y máximos imposibles de examinar sin sufrir un intenso dolor de cabeza. Una de las frases más divertidas entre los expertos es que si te han dicho cómo es el mercado eléctrico en España y lo has entendido es que te lo han explicado muy mal.

Donde no existe competencia es difícil que exista eficiencia. El ejemplo lo tenemos en el perverso sistema de subvenciones al transporte aéreo entre Canarias y Península. Años y años de subvenciones del Estado han determinado que se hayan encarecido los precios de los vuelos y se haya engordado la cuenta de resultado de las compañías y que, al mismo tiempo, la conectividad haya derivado hasta una especie de oligopolio en el que el usuario tiene cada vez manos alternativas para elegir.

Hace ya muchísimos años que muchísimo ciudadanos de este país podrían haber instalado sus propias placas solares para producir la energía que consumían sus viviendas y volcar a la red sus excedentes de producción. Planteaba, claro, problemas técnicos. Pero nunca se apostó por ese modelo. Las eléctricas tienen un enorme poder y en sus consejos de administración se sientan los jubilados de oro de muchos partidos políticos. Nadie, nunca, ha apostado por la libertad de un mercado que es mejor tener atado y bien atado. ¿Y las renovables? Otro negocio. Acabará en parecidas manos y ya se pueden ir olvidando de que abarate el precio de la energía.

EL RECORTE

Doce eran doce

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Doble página en este periódico para hablar de Sanidad. Y abajo, la lista de los doce -doce- sindicatos que representan a los trabajadores: Cemsatse, IC, Sepca, Asaca, CCOO, UGT, CSIF, CO.BAS, USAE, CTS, Semca y SIETeSS. Como en el chiste de la Vida de Bryan sobre los partidos por la independencia de judea. La deriva latina consiste en la escisión y la fragmentación. Una pléyade de gente que representa en teoría unos mismos intereses pero que están separados por protagonismos irreconciliables. Como los diecisiete reinos de taifas en que se ha configurado esta España asimétrica, plagada a su vez de divisiones internas por rivalidades ideológicas, territoriales o sociológicas. Ni con el mejor de los optimismos se podría decir que todo esto representa lo mejor de la pluralidad. Qué va. Se trata de otra cosa. Es la mejor expresión de cómo somos incapaces de ponernos de acuerdo en la defensa de intereses comunes, en el reparto del protagonismo o en el pacto para conseguir logros que beneficien a todos. Aquí no hay dos burros que tiran en direcciones opuestas para llegar a dos montones de cebada y que se anulan mutuamente. Aquí hay centenares de esfuerzos de que se anulan entre sí. Una inmensa energía y talento que se disipa en la desunión y la falta de sentido común.