Las pruebas objetivas de nivel académico que se realizan con el objetivo de distribuir el acceso a los estudios universitarios según el esfuerzo personal, la capacidad y el talento –porque de alguna manera hay que distribuir los recursos limitados en una sociedad– daría para un ensayo, más que para una página de opinión. Lo más crudo que tienen que mascar los alumnos que se presentan a ellas no es aprobarlas, sino recibir la posible frustración de no poder acceder a aquellos estudios que fueron objeto de ilusión durante los años previos. Y es entonces cuando se debe manejar la frustración y manifestar la verdadera capacidad y el adecuado talento.

No podemos todo lo que queremos, ni nos sale bien todo lo que emprendemos. El fracaso existe y es siempre una posibilidad en cualquier empresa que se inicie. Podemos fracasar. Del fracaso podemos salir fortalecidos si lo manejamos bien, pero también podemos salir frustrados y heridos de por vida, de manera que se apaguen todas las luces que iluminan nuestra mirada al futuro.

En una cultura del éxito, en la que los padres y las madres han hecho un esfuerzo para que a sus hijos no les faltara da nada, y no se frustraran por ausencia alguna, puede ser complejo enfrentarse a un fracaso de este nivel. Cada uno de nosotros somos la suma digerida de los fracaso que han configurado nuestra biografía. También de los éxitos, pero el esfuerzo resiliente de superación es el que nos ha puesto músculos en el alma.

Deberían incluirse en los currícula que se presentan a las empresas al solicitar trabajo el listado de frustraciones superadas, no solo las conquistas alcanzadas. Porque habla mejor de una persona la superación de dificultades que los aplausos recibidos a lo largo de su vida.

Lo importante no es la caída, sino la capacidad de levantarnos, vendarnos las heridas y seguir adelante. No poder acceder a una determinada carrera universitaria es un duro golpe cuando se ha soñado en ello desde hace tiempo; ver que otros que no tenían ilusión en ello lo consiguen agrava el desconcierto. No poder acceder a esos estudios en una universidad privada o en otra universidad que ofrezca un acceso con menos nota y que tus padres no se lo puedan permitir, profundiza el dolor. Pero si se logras superar este fracaso, si su bografía se rehace después de ello, tal vez la ilusión se transforme en ocasión.

Debería revisarse la metodología que se está empleando al respecto. Lo digo por una conversación con quien fue decano de la Facultad de Medicina que se quejaba, y de esto hace ya años, de un grupo de alumnos que, habiendo accedido a la facultad no querían dedicarse a la atención médica y buscaban alternativas laborales. Me decía que cuántos alumnos hubieran dado un dedo de su mano por acceder a lo que ellos no valoraban. Pero las cosas son así, y no hay sistemas perfectos… Pero pueden ser perfeccionables. Y a eso se dedican los que administran los recursos públicos y legislan para que el bien común se vaya construyendo en la sociedad.

Preguntarle a un niño qué quiere ser de mayor merecería la respuesta de “todo depende de la EBAU”.

Eso sería una muestra de talento.