El Gobierno de coalición de Pedro Sánchez prepara el terreno para indultar a los llamados “presos del procés”, y toda la derecha ha vuelto a echarse al monte o, mejor dicho en este caso, a la calle.

Parece repugnarle a ésa cualquier medida que pudiera ayudar a quitar hierro al conflicto. Prefiere que continúe la tensión con la España eterna porque le da muchos votos en el resto del país y es lo que único que importa.

Las banderas siguen dando aquí entre nosotros mucho rédito político, y la derecha, tanto la nacionalcatólica, como la ultraliberal y centralista a machamartillo lo saben perfectamente. Como lo sabe también cierta prensa que las jalea continuamente hasta en sus portadas.

Lo que ni unas ni otras parece que no saben, tampoco esos tertulianos que incendian la calle, es cómo resolver el problema que desde hace ya siglos tiene Cataluña con el resto de España. Ni saben ni parece que le interese.

La solución para ellos es darles la lección que merecen a esos díscolos catalanes de “la pela es la pela” que no aceptan “nuestra” bandera, ni tampoco la forma de Estado de la que un día todos nos dotamos.

Como tampoco parece que los independentistas más extremos -que son muchos- se den por satisfechos con lo que propone el Gobierno de la nación: el indulto se queda corto para ellos.

Es sólo una medida de gracia. Ellos Insisten en la amnistía, es decir, la eliminación de la responsabilidad penal del delito, algo que saben que ni siquiera un Gobierno que, por razones políticas, trata de ser generoso puede concederles a presos y, aún menos, a fugados de la justicia.

Consideran que no cometieron ningún delito al organizar un referéndum para, a continuación, proclamar la república en su e territorio, y ello a sabiendas de que era un acto ilegal según la Constitución.

Y enfrente, quienes siempre se han opuesto a todo – al divorcio, al aborto, incluso también en su día a la carta magna que ahora ostentan como si fueran las mismas Tablas de la Ley- no quieren ahora tampoco el diálogo.

El diálogo que, junto a la firmeza del Estado frente al terrorismo, contribuyó en su día a resolver un conflicto mucho más grave, por sangriento, en otro territorio.

Los nacionalismos se retroalimentan, viven sólo del conflicto permanente con el otro, al que se niegan empecinadamente a reconocer. Y aquí tenemos dos nacionalismos - el centralista frente al periférico- aunque sólo a uno se le reconozca como tal.

No ha dudado el primero en recurrir a jueces, ay, demasiado afines para resolver un conflicto que se ha mostrado totalmente incapaz de solucionar con la política, mientras que el segundo no parece tampoco atender a razones.

Porque, digan lo que digan los independentistas, delito sí lo hubo aunque su gravedad, y por tanto el correspondiente castigo, hayan sido y sigan siendo materia de debate tanto aquí como fuera de España.

Los proyectados indultos no serán la panacea: una vez se conviertan en realidad, quedará aún mucho camino que recorrer, pero en algún momento alguien tiene que empezar a moverse si no se quiere que el conflicto se cronifique. Y el primer paso corresponde siempre al más fuerte.

Tal vez la solución a medio plazo sea - ¿por qué no atreverse a dar un día ese paso?- un referéndum pactado con unos porcentajes suficientemente altos como para evitar que por un puñado de votos, la Cataluña que de modo tan insolidario se empeña en seguir su propio camino imponga su voluntad a la otra mitad, que intenta evitarlo. Se trata de convencer que no de vencer.

¿No tiene razón la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana cuando dice eso de que “los indultos son una medida inteligente del Gobierno contra el independentismo porque nos desarman?”

Confiemos en que en un espacio como el de la UE, donde las fronteras dejan cada vez menos sentido, termine imponiéndose la razón a las pasiones identitarias.