La noticia es que Canarias registró ayer un repunte de casos de Covid, con 130 nuevos contagios en las islas, y un nuevo fallecimiento. No se trata necesariamente de que esto marque una tendencia, pero si podría ayudarnos a reflexionar. Y es que en los últimos días, el hastío por este largo año de confinamiento y restricciones de todo tipo, parece habernos llevado a un estado de urgencia por dejar atrás las precauciones. El Gobierno se plantea recuperar el ocio nocturno hasta las dos de la noche, se especula con la posibilidad de que dejemos de protegernos con las mascarillas en el exterior, y los empresarios del sector turístico aplauden a rabiar el abandono de los PCRs en los aeropuertos.

Después de quince meses de esfuerzo y sufrimientos, vivimos con ansia el regreso a una normalidad realmente normal, no a esa ‘nueva normalidad’ decretada pero no lograda, que escondía hasta tres oleadas de contagios. La verdad es que estamos más cerca –mucho más cerca– de la salida de esta espantosa situación, más cerca de volver a vivir como vivíamos antes de que la pandemia hiciera estragos en nuestra salud, nuestra economía y nuestra libertad. Pero no parece sensato olvidar lo que hemos pasado, los esfuerzos realizados, los sacrificios aceptados. Es el momento de plantearse un último empujón en la espera. El Gobierno se ha comprometido a lograr la inmunidad de grupo a finales de julio, apenas en dos meses.

El mundo no va a ser muy distinto dentro de diez años porque aguantemos aún dos meses más, antes de tentar al diablo. La vacunación continúa avanzando sin parar, pero todavía hay más de 20 millones de personas que esperan en España por recibir una primera dosis. Demasiada gente aún a la espera, por no hablar de lo que supone que las tres cuartas partes más pobladas del planeta, se mantengan en un retraso criminal en la vacunación. Y nadie va a estar del todo seguro mientras queden personas enfermas en cualquier parte.

Además, la vacuna no evita la infección. Lo que hace la vacuna es reducir las posibilidades de que una persona infectada muera. Por eso, España decidió vacunar a los mayores primero, y no a los grupos de trabajadores fundamentales para sostener la economía. Por una cuestión de justicia, para evitar que mueran mayores, que son los que peor afrontan el contagio. Los vacunados resisten mejor la infección que los no vacunados, pero la vacunación no es una garantía.

En los últimos días se han comunicado casos de personas vacunadas con Covid que han muerto. No es algo frecuente, pero ha ocurrido en algunas ocasiones. La sanidad española se va a enfrentar a más casos en los próximos meses. Después, hacia finales de julio, según la previsión de la inmensa mayoría de los epidemiólogos, las posibilidades de infectar a los demás o de ser infectado y morir, se reducirán sustancialmente, y comenzaremos a ver –de verdad– la luz al final del túnel. Por eso, aunque algunas de las normas que llegaron con el Covid han venido para quedarse durante mucho tiempo, antes de agosto –si todos actuamos con precaución y respeto– podremos liberarnos de muchas de las actuales ataduras.

Hay que resistir a la urgencia: ahora lo importante es observar las señales. Todos tenemos ganas de pasar una madrugada de viernes tomando copas con amigos y conocidos, o de quitarnos la mascarilla para poder respirar sin agobios, o de abrazar a las personas a las que apreciamos. Pero podemos esperar un poco más. Por sentido de la responsabilidad, por respeto a los más jóvenes, a los que aún no se ha vacunado, y –sobre todo– por prudencia. Se lo debemos a las casi 57.000 personas que han enfermado en Canarias, y a las 772 que han muerto hasta ahora. Esperar dos meses más no debería costarnos tanto.