Sigue siendo difícil de entender que en un club como es el europeo no se ajusten todos los socios a las mismas reglas y persista, por ejemplo, un intolerable dumping fiscal en beneficio de los más listos e insolidarios.

¿A qué esperan los países más importantes de la Unión Europea y me refiero a Alemania, a Francia, a España o Italia, para acabar con tales prácticas que aprovechan sobre todo las grandes multinacionales y que perjudican siempre al bien común?

Porque con los impuestos que esas empresas no pagan en los países donde hacen sus negocios podrían financiarse mejoras esenciales en la sanidad, la educación y la investigación educación o la construcción de infraestructuras necesarias.

El conocido economista de origen francés y actualmente profesor de la Universidad de Berkeley (EEUU) Gabriel Zucman insta a los países antes citados de la UE a tomar medidas en ese sentido sin esperar a los otros.

Los cuatro, explica (1), podrían acordar un impuesto mínimo aplicable a todas las multinacionales, también a las que tienen su sede fiscal en Irlanda o Luxemburgo, y si ésas pagan allí menos impuestos de los que deberían, la Hacienda francesa, española o de los otros se encargaría de cobrarles la diferencia.

Tendrían esos países que tomar la delantera sin esperar a la aprobación del resto de los miembros del club europeo y aunque lo preferible sería un acuerdo de todos sobre imposición mínima como el que ha propuesto el Gobierno de Washington, lo esencial es dar ese primer paso y presionar a los demás.

Los “oasis fiscales”, como los llaman en Alemania, de Irlanda y Luxemburgo, aunque hay también otros como Holanda o Malta, no sólo perjudican económicamente al resto de los socios, sino que constituyen un problema para el propio proyecto europeo.

Resulta cada vez más difícil de digerir para la opinión pública de los países perjudicados por tales prácticas que las multinacionales de EEUU, pero también otras, puedan disfrutar de tales privilegios fiscales.

Los grandes beneficiarios de la actual situación son grupos influyentes como son los que representan a los fondos de inversión y a los accionistas de las grandes multinacionales.

Pero Zucman advierte de que un día eso podría volvérseles en contra porque los ciudadanos de los países industrializados sólo aceptarán la globalización si sienten que sus beneficiarios, entre los que está también la banca, contribuyen también al bien común y no tratan siempre de escurrir el bulto.

El autor de La riqueza oculta de las naciones lamenta que el presidente de EEUU, Joe Biden, haya rebajado su propuesta inicial de un 21 por ciento de impuesto mínimo de sociedades para dejarlo sólo en un 15 por ciento.

Aunque considera este mínimo claramente insuficiente, cree que si terminara imponiéndose en la OCDE, representaría al menos un cambio de tendencia porque desde hace cuatro décadas, ese impuesto no ha dejado de bajar.

Los países dejarían al menos de competir a la baja por los impuestos y tendrían que ofrecer en cambio las infraestructuras más productivas, las mejores universidades, los trabajadores más capaces.

Pero no se trata sólo de gravar más a las multinacionales, sino que ese cambio afectaría también a los particulares más ricos como pueden ser ciertos abogados o médicos que fundan hoy sociedades para tributar menos por sus ingresos.

De ahí, explica Zucman, que los tipos a los que tributan los beneficios empresariales no deberían ser mucho más bajos, como ocurre ahora, que los del impuesto sobre la renta: es también una cuestión de justicia fiscal.

(1) En declaraciones al semanario Der Spiegel.