Hace apenas unos días, el Parlamento de Canarias aprobó la Ley de Igualdad Social y No Discriminación por Razón de Identidad de Género. Una de esas maravillosa piedras cargadas de buenas intenciones con las que está empedrado el camino de los infiernos humanos.

El artículo primero de la ley determina la libre autodeterminación de la identidad y expresión de género de las personas, el libre desarrollo de la personalidad acorde a la identidad y expresión de género libremente manifestada sin sufrir presiones o discriminación por ello y el derecho de la persona a ser tratada de conformidad a su identidad y expresión de género “en los ámbitos públicos y privados” y, en particular, a ser identificada y acceder a una documentación acorde con dicha entidad.

¿Qué es la identidad de género? No se mire el entresuelo, no va por ahí. Estamos en el siglo XXI y la identidad de género es “la vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y autodetermina, sin que deba ser definida por terceros, pudiendo corresponder o no con el sexo asignado al nacer y pudiendo involucrar o no la modificación de la apariencia o de las funciones corporales a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de cualquier otra índole, siempre que ello sea libremente escogido”. Dicho mal y pronto, el género es eso que se denomina “el sexo sentido”. O sea, lo que cada uno sienta que es.

Todo esto va en el sentido de la libertad individual. Y es sustancialmente bueno. ¿Por qué no va a tener derecho una persona a sentirse del sexo que quiera o a no sentirse de ninguno? La respuesta, por lo menos para algunos, es muy evidente.

Lo que ocurre es que el ejercicio de esa libertad nos puede sumergir en mares muy tormentosos. Apenas unos días después de la aprobación de la ley, una persona que está siendo enjuiciada por presuntamente haber asesinado a martillazos a su prima, ha comunicado al tribunal que le juzga que quiere ser llamado Lorena, a pesar de que hasta ahora se le había considerado Jonathan. O sea que estamos ante alguien que hasta hace unas horas era un hombre pero que ahora proclama que su sexo sentido es femenino, que no le gustan los hombres y que no violó a su prima, a la que presuntamente mató, porque solo quiere estar con mujeres.

Cosas veredes, Sancho. Es bastante posible que a Lorena se la condene con el agravante de violencia machista, porque en el momento en que supuestamente cometió el asesinato era un hombre. El problema surgirá cuando, establecida la pena, deba cumplir su condena en un centro penitenciario que, en función de su sexo sentido, tendría que ser de mujeres.

No hace falta extenderse mucho en la panoplia de escenarios desquiciados que pueden surgir de la colisión entre una nueva mentalidad y unas viejas estructuras sociales que no han cambiado. Nadie tiene autoridad para establecer lo que siente o no siente una persona. Pero Lorena es un problema. Y solo es el primer problema.

EL RECORTE

Mala planificación

Planificar es hacer las cosas de ahora con la vista puesta en el futuro. Unos se van al 2050. Otros al 2030. Hay fechas para todos los gustos pero, en general, se trata de pensar o incluso soñar en cómo va a ser el mañana, para adecuar algunas decisiones importantes de ahora mismo a ese objetivo. Las medidas de lucha contra el cambio climático, la descarbonización, la implantación de los coches eléctricos…hay grandes líneas de actuación que se plantean a muy largo plazo –alguno tan largo que resulta casi increíble– como un horizonte al que se pretende llegar. Es la visión del futuro. Santa Cruz, a día de hoy, tiene tres cabezas de león en el escudo, pero debería cambiar al menos una por la de un topo. Es muy poco convincente que el Estado se esté gastando un pastón en una depuradora comarcal de aguas residuales que, en cosa de una década, va a quedar encajonada en lo que será la nueva ciudad hacia el Suroeste. Situada al lado del barrio de Buenos Aires – mira que somos quedones en esta ciudad, puerto y plaza– será un incómodo y maloliente tapón para el desarrollo residencial de los terrenos que se ganarán con el desmantelamiento de la vieja refinería. Es una cuestión de puro sentido común plantearse que más temprano que tarde esas instalaciones tendrán que chapar y construirse una nueva depuradora en una zona lo más alejada posible de la expansión urbana y que no vierta, como hace hoy, 20 mil metros cúbicos de aguas –ejem– ligeramente malolientes en lo que algunos dicen que va a ser una playa para los chicharreros.