La celebración hoy del Día de Canarias bajo las consecuencias y restricciones de la pandemia lleva al mínimo la exteriorización de la festividad, que queda reducida a lo imprescindible en un contexto de optimismo donde el aumento de la vacunación entre los canarios vaticina una pronta vuelta a la normalidad. Pero esta situación anómala no debe despojar a la fiesta de la Comunidad de un carácter simbólico extraordinario en su edición de 2021: los estragos de la pandemia no sólo nos sitúan ante el reto de la autoexigencia de la recuperación, sino también ante el dilema de cómo afrontar el futuro con las mejores herramientas.

El Archipiélago canario ha sido el territorio español que más ha visto alterada su estabilidad económica y social por la covid-19. El llamado ‘cero turístico’ con cierre de hoteles y apartamentos por las limitaciones al movimiento en el seno de la Unión Europea, más el consiguiente hundimiento del consumo en los nichos tradicionales de acogida turística, ha provocado un cóctel explosivo que sólo un mecanismo de protección continuado como los ERTE ha logrado paliar. Las cifras del destrozo en la recaudación fiscal y en los balances de las empresas provocan escalofríos, pero también el reconocimiento de que Canarias está dotada de un autogobierno que ha sido capaz de mantener su estado del bienestar frente al tsunami, además de contar con un tejido empresarial que ha combinado la espera paciente por la desescalada con la renovación de sus infraestructuras y la alerta permanente para influir en el poder político a la búsqueda de soluciones.

La red solidaria pública levantada para evitar una crisis tan devastadora como la de 2008 constituye un patrimonio a enaltecer, sin que ello suponga silenciar los atrasos crónicos que arrastra Canarias en el acceso al mercado laboral o la calidad educativa. Esta ética del entendimiento en apoyo del débil debe ser un punto de partida para las Islas a la hora de afrontar el día después de la pandemia, la arquitectura del rearme de ideas para estar y formar parte del nuevo mundo que se nos echa encima, cuya materialización se vislumbraba en el horizonte, pero que el coronavirus ha acabado acelerando de una forma inusitada.

El Archipiélago no se adentra desnudo, sin atributos, en la era que impulsa la UE a través de sus planes multimillonarios de reactivación. Disponemos de un acervo histórico y legislativo excepcional, como territorio insular, en el marco continental; un posicionamiento geográfico que nos erige en interlocutor privilegiado frente a África; un pasado migratorio que nos une afectivamente con países de Latinoamérica; una cultura prehispánica y otra derivada de la Conquista; un paisaje único cuyo atracción perpetua el retorno del turista; un conocimiento enraizado en las universidades y en centros de investigación; infraestructuras portuarias y aeroportuarias modernas; vías de comunicación excelentes, y equipamientos hospitalarios competitivos... Podríamos añadir más fortalezas a este recuento esquemático con la finalidad de demostrar el potencial de las Islas bajo el signo pospandémico, un carácter diferencial que nos consolida como polo atractor en medio del Atlántico. Alcanzar la optimización máxima de estos y otros recursos dependerá de la capacidad de los gestores de las empresas y de sus políticas de marketing, pero sobre todo de las administraciones públicas. Canarias debe marcar sus prioridades con una planificación autonómica que supere el formato insular e incluso el municipal, donde los valores de los que depende el progreso del Archipiélago queden a salvo de las decisiones discrecionales. Viene una época donde los egoísmos hiperlocales tienen que dejar paso a la dialéctica regional, sobre todo porque es trascendental para llevar a buen puerto las decisiones donde las Islas se juegan su recuperación. Hay que mantener una vigilancia extrema por la pulcritud presupuestaria para evitar desviaciones insularistas, pero siendo importante tal misión lo es más trabajar por una transformación de la mentalidades, en el sentido de superar el ‘cantonalismo’ que pone por encima el territorio propio frente al de todos.

Canarias nunca se ha amilanado ante la adversidad, ni en los peores momentos, ya fuese por una epidemia, el hambre, la falta de agua o el aislamiento de la metrópoli. Todo lo contrario, los declives le han llevado a hacerse valer, antes con sus influyentes caciques ante los gobiernos de Madrid, y ahora con los instrumentos de su Estatuto de Autonomía, el Régimen Económico y Fiscal (REF) y su condición ultraperiférica en la UE. Estos logros, algunos arrancados con gran esfuerzo, nos alejan del estatus del novato y facilitan el inicio de un nuevo ciclo negociador, principalmente para explicitar los efectos de la pandemia sobre Canarias y pedir el rescate suficiente para superar la crisis. El Archipiélago no puede transigir con limosnas.

Tras el azote del virus, el Día de Canarias obliga a una reflexión y a la adquisición de un compromiso por parte del poder político: una especial sensibilidad con una sociedad que ha visto morir a los suyos, y que desea olvidar los malos tragos por los que ha pasado desde que se desató la emergencia sanitaria. Pero también el descomunal objetivo, aunque gratificante, de vertebrar una región integrada por islas. Y para ello hay que fomentar la conectividad de sus administraciones con el trabajo en red, el intercambio de conocimientos universitarios y el estímulo para que un grancanario, por ejemplo, conozca las costumbres, la cultura y la sociedad de La Gomera o El Hierro o un chicharreo las de Fuerteventura o Lanzarote. Las tecnologías ‘online’ ponen a mano una de las grandes aspiraciones de Canarias: su cohesión, no sólo territorial, sino sociocultural.

Elucubrar sobre cómo será Canarias dentro de una década supone un ejercicio no exento de ansiedad. Existen riesgos externos y extremos como en el que estamos inmersos, u otros derivados de una oleada migratoria o de un imprevisto meteorológico, pero la elección de un futuro va a depender en último término de los propios isleños. Somos autónomos para abrirnos al diálogo y establecer cuáles son nuestras prioridades en un planeta cada vez más complejo, con movimientos geopolíticos que aparentemente no nos afectan, pero que si lo hacen, como sucedió en otros momentos de la Historia. La diferencia es que ahora somos mejores y estamos más preparados.