Al fin un rayo de esperanza. Canarias no está en todo a la cola de lo bueno y a la cabeza de lo malo. Porque tenemos... ¡tatachiiiiiín!.. el mayor circo del mundo mundial. Instalado pomposamente en la gran pista de en un vetusto edificio, en la que tigres, corderos, camaleones y perenquenes endémicos se mezclan con los mejores payasos del atlántico bravío.

La televisión autonómica llegó ayer otra vez a los arrecifes del Parlamento de Canarias. Ya saben, cincuenta millones de euros anuales que son el panal de rica miel al que acuden las moscas golosas y necesitadas de la comunicación de la macarronesia guanche y algún moscardón foráneo.

Cuando el dinero entra en la carpa, el circo se moviliza. Los camerinos se agitan y hierven de actividad y expectación. Ahora estamos en que hay que nombrar la junta de control de la televisión canaria. La que vigila al vigilante. Y la mitad del Parlamento no quiere que se nombre, como ya ha pasado en ocasiones anteriores donde las votaciones, maniobras y follones han rozado cotas de bochorno que se pensaban impensables.

Ayer, algunos grupos políticos que dicen representar al pueblo de Canarias —ese que va a lo suyo y no se entera de lo que hacen los cuates— decidieron no votar a los representantes que ellos mismos habían elegido para la junta de control. No me pidan que lo explique, porque no domino ampliamente la escolástica. Será porque unos no están de acuerdo con los que designaron los otros. Porque unos sueñan con ser ellos y no los otros los que controlen el aparato y la pasta. Porque es el circo. Qué se yo. Por algo.

Hay siete personas, siete profesionales, a los que los partidos fueron a buscar para pedirles que se ocuparan de trabajar por una televisión mejor para esta tierra. Y porque ciertos partidos políticos son así, una charca de irresponsables caimanes, les importó un higo pico que la votación se convirtiera en un esperpento. Porque en el fondo la televisión ni les interesa ni les preocupa. Como los más de trescientos profesionales de la casa, que no tienen claro cuál será su futuro. Porque lo realmente relevante son los intereses de las productoras y los medios de comunicación que viven alegremente enchufados a una teta de una cosa que era para otra cosa. Algunos con la audiencia de una misa de lunes.

Dicen que la televisión canaria está gafada. Pero no. La que está bichada es toda Canarias. Porque está en manos de la gente más incompetente que nos ha tocado padecer. Porque han convertido todo en un juego zafio y sucio, de patio de monipodio. Nunca habíamos tenido peor política. Gente con la lengua muy larga y los sesos muy cortos. Actores de un circo feliz y orondo que alumbra con destellos multicolores una noche de gente que no tiene trabajo y pobres que hacen cola para llevarse un paquete de arroz. Ellos viven felices, en su cálida y confortable placenta, mientras todo se hunde. Se la suda todo. La tele también.

EL RECORTE


El desastre social de Canarias

Vaya rebencazo que le han dado al área de Servicios Sociales del sufrido Gobierno guanche. Canarias está a la cola de las comunidades autónomas de España, una, grande y atormentada, en la atención a los más vulnerables. Gastamos más que nunca y damos los peores servicios de siempre. El discursito de la herencia recibida -o sea, que esto viene de atrás- empieza a oler demasiado rancio. Sobre todo porque los anteriores gobernantes del desastre subieron proporcionalmente más los fondos destinados a la atención de los pobres, aunque con idénticos resultados de los que ahora fracasan. Es un naufragio, irremediable, de los de antes y los de ahora. Ellos se tiran la pelota para entretener, pero los que están a dos velas son los que peor están. Las familias que no han cobrado el Ingreso Mínimo Vital, los miles de dependientes con ayuda aprobada que siguen sin percibirla, los mayores que después de toda una vida pagando impuestos y trabajando como negros no tienen centros donde se les cuide y atienda. En suma, un desastre colosal. Y todas las palabras del mundo no sirven para encubrirlo. El Indice DEC, elaborado por directores y gerentes de Servicios Sociales, deja a nuestras islas a la altura de un zapato. Nos coloca, en términos de servicios, con la calificación de “irrelevantes”. Y las excusas ya no valen. El pasado no lo aguanta todo y las promesas que no se cumplen con humo.