Cuando el presidente Ángel Víctor Torres designó a Blas Trujillo y a Manuela Armas como consejeros de Sanidad y Educación y Cultura respectivamente, no sé si lo recordarán, se produjo cierta estupefacción. ¿No tenía el PSOE banquillo para renovar a su personal político? ¿Tan esmirriado se encontraba el partido que estaba abocado a recurrir a militantes que habían ostentado altos cargos hace más de un cuarto de siglo? La respuesta no era especialmente enigmática. Obviamente Torres disponía de jóvenes, pero no se fiaba, y hacía bien, de entregar departamentos tan complejos y con unos presupuestos tan elevados a alevines sin ninguna experiencia en la gestión política y administrativa. Una cosa es barloventear el grupo parlamentario, lo que hace con mayor o menor fortuna Nira Fierro entre jaculatoria y jaculatoria al presidente, y otra asumir la dirección de la sanidad pública en plena pandemia. Nayra Alemán o David Godoy eran opciones aún más dudosas. Al menos –concluyó Torres– que los ciudadanos perciban que para responsabilidades tan delicadas se nombra a adultos que pueden demostrar otra cosa que un jacarandoso manejo de las consignas del partido.

Por eso ha sido asombroso, pero sobre todo decepcionante, la deriva de Blas Trujillo en los últimos meses. Uno intuye que Trujillo, desde antes incluso de desembarcar en el Ejecutivo, buscaba un perfil discreto, muy discreto, similar al del hombre invisible de Wells. Por abajo Conrado Domínguez se llevaría las hostias técnicas y por arriba Julio Pérez, en funciones de portavoz gubernamental, contendría a los periodistas en ruedas de prensa con horas de retraso y gran profusión de circunloquios aniquilantes. El estaría ahí, rumbeando quedamente en medio, sonriendo y recitando la nota de prensa de ayer para inspirar la nota de prensa de mañana. Por supuesto, no ha podido ser. La excepcionalidad de la pandemia lo ha terminado atrapando y poco a poco ha comenzado a tropezar, contradecirse, exasperarse, confundirse y confundir a los canarios. Por supuesto sin una sola propuesta propia: la estratagema psocialista, en Madrid y en Canarias, es que el Gobierno y sus responsables son apenas humildes taquígrafos de lo que ordenan los expertos.

La última perla de Trujillo es una reciente afirmación: “la mayoría de los turistas llegarán vacunados a las islas”. El consejero se refería a visitantes procedentes de Francia, Alemania o Suecia. La raíz del problema, por supuesto, está en la lentitud de la campaña de vacunación, que se ha acelerado en las últimas semanas, pero que durante mucho tiempo marchó a paso de tortuga. Desde el sector turístico se apunta de que, a partir de mediados de junio, Canarias podría recibir entre tres y cuatro millones de turistas hasta el próximo octubre. El riesgo de contagio es más que evidente cuando en la actualidad solo un 16% de los isleños que deben vacunarse lo han hecho ya. Vamos a caminar por el filo de una afiladísima navaja, con una tasa de inmunización que al llegar a agosto, muy probablemente, no superará demasiado el 50% de la población. Es un riesgo. Y la respuesta no puede ser que la mayoría de los turistas llegarán vacunados a los hoteles en Canarias. ¿Cuánto es la mayoría? ¿Un 65%? ¿Un 85%? Un rebrote jodido en zonas turísticas conduciría, sin duda, una catástrofe sanitaria, económica y socialmente. Quién sabe si con ayudas directas dentro de un plan específico para el rescate del sector turístico los hoteleros –y toda la cadena de valor– no estarían tan desesperados por abrir y abrir de inmediato. Si sale bien y escapamos, estupendo. Si ocurre lo peor conoceremos los encantos de la vida zombi. Y como se decía en Zombiland, es asombroso lo rápido que las cosas pueden pasar de ser malas a ser una tormenta de mierda.