Dado que tal día como hoy, pero de 1977, se estrenó la primera película de La guerra de las galaxias, desde hace varios años cada 25 de mayo se celebra el Día del Orgullo Friqui. Sin embargo en el mundo anglosajón prefieren el término geek, que sirve para referirse a los amantes de la tecnología y la informática. Y eso que friki es un neologismo procedente del término freak, pero en su lengua original es una palabra con una fuerte connotación peyorativa desde que en el siglo XIX empezó a utilizarse para señalar individuos no normativos, que solían tener algún tipo de malformación o singularidad.

De ‘freak’ a friqui, una historia vergonzosa

Durante muchas décadas aquellos seres humanos fueron literalmente un espectáculo de feria y eran exhibidos en circos, teatros, plazas de pueblo... Eran un negocio muy lucrativo ya que la gente asistía en masa a verlos.

Uno de los pioneros de los freak shows fue Phineas Taylor Barnum, nacido en 1810 en EEUU. En su espectáculo había animales exóticos, figuras de cera, malabaristas... y la presunta niñera de George Washington. Según la publicidad era una mujer de más de 160 años. En realidad era una esclava que Barnum había comprado a otro empresario. Poco a poco fue ampliando el repertorio incorporando hermanos siameses, mujeres barbudas, personas con deformaciones congénitas... Su éxito saltó a Europa y, entre 1844 y 1876, hizo una gira por las diferentes cortes reales del Viejo Continente, desde Rusia hasta Inglaterra, pasando por España, donde el elenco actuó ante Isabel II.

Cabe decir que en Europa ya había tradición de exhibir personas no normativas y hay casos documentados desde el siglo XVII, pero nada que ver con la fiebre del siglo XIX, que todavía aumentó más con la colonización. Entonces proliferaron las muestras donde se enseñaban personas procedentes de otras latitudes como si fueran una rareza.

No era solo un tipo de espectáculo para gente con pocas luces. Había un discurso intelectual y científico que lo reforzaba. Hay que tener en cuenta que en ese momento las teorías raciales estaban muy en boga y se hacía una lectura muy simplista de las teorías de Darwin. En definitiva, aquello no era otra cosa que enseñar personas diferentes (de color de piel, de cultura...) para reforzar el supremacismo occidental y blanco.

Aunque habitualmente se piensa en las tribus africanas, gente como Barnum también exhibía grupos procedentes de Oceanía, América y Laponia. Y no solo lo hacían empresarios particulares. Zoológicos de ciudades como París o Nueva York tenían enjauladas personas conviviendo con animales. En 1906 en el Bronx había un pigmeo encerrado con los chimpancés. Pero es que en 1958 uno de los atractivos de la Exposición Universal de Bruselas fue la recreación de un poblado del Congo con sus habitantes. Los únicos que protestaron fueron los propios congoleños por el trato humillante que se les dispensaba.

De hecho, si las exhibiciones de seres humanos desaparecieron no fue porque hubiera un movimiento contrario sino porque dejaron de ser rentables económicamente. Tras la Primera Guerra Mundial llegó la eclosión del cine como forma de entretenimiento popular y la gente empezó a preferir ver películas. Más adelante, durante la segunda mitad del siglo XX la irrupción del turismo de masas también sirvió para acabar con los zoos humanos. Más que nada porque ya había la oportunidad de viajar a cualquier punto del planeta para ver in situ los «pueblos primitivos», en lo que algunas voces críticas definen como «safaris humanos».

Todo lo explicado aquí puede parecer lejano, pero las mentalidades evolucionan de manera mucho más lenta que los hechos históricos y los clichés perduran a lo largo de generaciones. Por eso desde la sociología denuncian que se sigue aplicando la racialización de las personas. Esto no es otra cosa que reproducir la diferencia racial negativa a través de determinadas características como el color de la piel, la religión o la etnia. La racialización lo impregna todo, desde quién es la persona elegida para darle un buen trabajo hasta a quién detiene la policía para pedirle el permiso de residencia.