La primera referencia que recuerdo de la dialéctica entre lo público y lo privado se remonta a los años sesenta en El Entrego. Había quien estudiaba en el instituto público con nombre de privado –Virgen de Covadonga- y quien estudiaba en las monjas, que también tendrían nombre pero eran las monjas a secas. A las monjas iban unos pocos alumnos que necesitaban una atención más personalizada, es decir, que ofrecían un punto de valor añadido que no podía ofrecer el centro público. No recuerdo que hubiera motivos religiosos o económicos, y menos aún políticos, para decantarse por una u otra opción.

La segunda referencia fue cuando la pequeña explotación privada de Minas de la Encarnada, en la que trabajaba mi padre, fue absorbida por el gigante público Hunosa. La vida de mi padre cambió radicalmente a mejor, según comentaba en casa: turnos racionales, mayor seguridad, mejores prestaciones, aunque, eso sí, un ambiente más impersonal, menos familiar y más masificado; no todo iba a ser bueno.

La tercera fue cuando la familia se enfrentó a un problema de salud que no podían resolver en esforzado don Longinos en el ambulatorio de El Entrego, ni siquiera los especialistas del Sanatorio Adaro en Sama. Hubo que recurrir a lo que se llamaba un médico particular, pagando claro, en el Sanatorio Marítimo en Gijón –que no era precisamente el Monte Sinaí, pero sí lo más parecido entonces-, que tampoco resolvió el problema, pero ofreció mucha tranquilidad.

Esto sucedió hace mucho tiempo. Era el franquismo, donde lo estatal predominaba de una manera aplastante sobre lo privado, circunscrito casi de forma exclusiva a las órdenes religiosas. Con la llegada de la democracia, la convivencia se deterioró de forma ostensible, porque el modelo estatal no funcionaba, como no funcionaba el propio franquismo. No hay más que recordar la traumática reconversión en la industria pública o la privatización de la prensa del Movimiento.

Ahora, como consecuencia de la pandemia, llevamos meses enzarzados con la necesidad de proteger lo público. Por supuesto, la sanidad pública, pero también la enseñanza pública, la empresa pública, la televisión pública y hasta la cultura pública.

Bien está que el Estado garantice derechos esenciales como la sanidad o la enseñanza. Sólo faltaría. Pero no se puede hacer a costa de discriminar a lo privado. Hemos dado gracias a médicos, enfermeros y auxiliares de la pública por su atención en esta crisis, pero nos hemos olvidado injustamente de los médicos, enfermeros y auxiliares de la privada, como si fueran de peor madre. Un médico es un médico ya trabaje en La Paz o en un hospital del grupo Quirón. Y un profesor es un profesor trabaje en el Instituto Jovellanos o en Centros Docentes Asturianos Sociedad Anónima, propietaria del colegio más exclusivo de Asturias.

Con frecuencia, se nos olvida que cuando recurrimos a la denostada privada no estamos despreciando las prestaciones del Estado, sino ahorrándole la atención a un paciente que le sigue pagando aunque no utilice sus servicios. Es suma, que el usuario de la privada paga dos veces, al erario público y a la correspondiente compañía privada.

Privada y pública deben convivir, aunque solo sea por el sacrosanto derecho del paciente a elegir. Y no solo, sino que deberíamos acabar con esos compartimentos estancos y fomentar la complementariedad de uno y otro servicio. Bienvenida sea la competencia, pero también la colaboración. Siempre saldrá ganando el ciudadano.

¿Es mejor la sanidad pública que la privada? ¿Es mejor la enseñanza pública que la privada? ¿Es mejor el transporte público que el privado? ¿Es mejor la cultura pública que la privada? Dejemos que sea el usuario quien lo decida. El debate entre lo público y lo privado ya fue resuelto hace mucho por Deng Xiao Ping, según desveló Felipe González tras entrevistarse con él.: “Gato negro o gato blanco, da igual; lo importante es que cace ratones.”

Podemos debatir hasta el infinito, que es muy sano, pero no carguemos contra los funcionarios públicos o contra los contratados de la privada. Bastante tienen con haber encontrado un trabajo donde ofrecer sus habilidades para procurarnos, en circunstancias muy adversas, la salud o la educación, Dichosa polarización. Aplaudamos a todos por igual,