España Digital 2025 la presentaron el año pasado, sin acabar siquiera de recuperarse de la apropiación por Moncloa de la Agenda 2030, publicada por el ministerio de Asuntos Exteriores con una introducción de Sánchez en la que venía a decir que “una España que haya alcanzado los objetivos de desarrollo sostenible en 2030 será el país con el que todos y todas soñamos.” Y 166 páginas más, que el papel aguanta todo lo que le echen.

Después vino la España Digital 2025: 50 medidas agrupadas en diez ‘ejes estratégicos’ repartidos en 90 páginas, con el propósito de concluir en 2025 el proceso de digitalización de España “de forma alineada con la estrategia digital de la Unión Europea”. Todo gracias a la colaboración público-privada y con la participación de los agentes económicos y sociales del país. En la elaboración de la España Digital 2025 participaron -según el Gobierno- 15 ministerios y organismos públicos y más de 25 agentes económicos, empresariales y sociales, con el compromiso de poner en marcha entre 2020 y 2022 reformas estructurales financiadas con inversión pública y privada, fijada por el Gobierno en 70.000 millones de euros, cubiertos -en parte- por fondos europeos de Next Generation UE. Sánchez prometió una inversión pública antes de concluir el 2022 de 20.000 millones de euros. Ahí es nada: que yo sepa, no se ha gastado aún ni un solo euro de esos 20.000 millones.

Ahora, Sánchez nos ha presentado otro nuevo plan, este pensado para la España de dentro de treinta años, bautizado imaginativamente como ‘Plan España 2050’, también con sus medidas (ahora son cien, el doble) y sus líneas estratégicas y su camisita y su canesú. No puede negarse a los propagandistas de Moncloa cierta capacidad para parir o adoptar planes y proyectos y agendas sostenibles a velocidad de crucero, por más que a la hora de titularlos resulten ser poco imaginativos. Pero al margen del nombre, en lo demás se supera: esta vez ha contado con un centenar de expertos dirigidos desde Moncloa por Iván Redondo, ilusionista mayor de la corte sanchista, y como más vale que sobre a que falte, entre los cien expertos nos han escrito casi un millar de páginas contándonos como será el mundo dentro de 30 años, un impagable ejercicio de ciencia-ficción. Sánchez presentó su última fumada el jueves, ante un auditorio perfectamente aleccionado para el aplauso. Casi sin tiempo para sacudirse del traje el polvo de Ceuta y Melilla, pidió un ‘gran acuerdo nacional apartidista’ para conseguir que prospere el nuevo plan, y apeló a un ‘gran diálogo’ de todos para hacer posible la España de 2050, una en la que el cumplirá 78 años, y yo la habré palmado.

Pero resulta que Sánchez es el presidente más ‘partidista’ de los que nos ha tocado soportar en democracia. Da grima su apelación a un ‘gran diálogo’ nacional, cuando el hombre sólo escucha lo que le dicen Iván Redondo y José Félix Tezanos. Parece olvidar que se convirtió en presidente del Gobierno con el voto de quienes ayer mismo volvían a recordarnos -tras la elección de Pere Aragonés como presidente de la Generalitat catalana- que su único objetivo político es la secesión del Estado. Éste Sánchez que nos obsequia con planes promisorios pero siempre a más largo plazo, es el mismo que asegura en Ceuta que no permitirá ninguna amenaza a la soberanía e integridad española, mientras se sostiene gracias al apoyo de quienes montaron un golpe de Estado desde las instituciones catalanas para lograr la secesión de Cataluña. Un fabulista irrepetible Sánchez… capaz de obsequiarnos cada pocos meses con nuevas entregas de su guión para una España perfecta que llegará en 2075 o 2100, cuando todos estemos –incluso él- completamente calvos.