Hace algunos días se alzó con el cetro de las portadas la nueva imagen de Pablo Iglesias, en modo intelectual y relajado, de frente y de perfil -mucho más interesante- con un libro en las manos y por primera vez desde hace tiempo sin el ceño fruncido. En las redes hubo desde los que admiraban su capacidad de ser noticia a los que deploraban que su visita al peluquero importara a nadie. (No sé por qué no va a importar su peinado si el de Letizia es siempre trend, la verdad). También llenaron los chats imágenes paralelas del exvicepresidente y un joven y mucho más atractivo Stalin -donde todavía no había dado rienda suelta a su talante psicópata-, en la misma pose y con un peregrino parecido, lo que movía a agudos observadores a preguntarse si las semejanzas, de haberlas, que las había, eran casuales o intencionadas.

Sic transit gloria mundi fue la locución latina que los pesimistas barrocos elevaron a máxima de vida, mientras la plasmaban en esos formidables cuadros de Vanitas, que Valdés Leal convirtió en arte eterno y que muestro en clase de Literatura para ilustrar el S XVII. Y mientras se admiran del tenebrismo del artista, a la vez grandioso y sobrecogedor para sus ojos tan jóvenes, reflexionan sobre la fugacidad de las cosas mundanas y la pérdida del poder, o lo que alguno de ellos, muy listo o muy gamberro, ha acuñado con eso tan castizo de que a todo cerdo le llega su San Martín.

Una, por su parte, al considerar la hecatombe a la que parece abocada la política española, con su espeluznante deuda -que es que salimos a 29.000 euros cada uno- considerar las ominosas imágenes de esos migrantes intentando alcanzar esta dudosa tierra prometida, azuzados –se dice- por sus gobernantes para castigar a los nuestros, reparar en el eterno bucle catalán o conocer el nuevo escrache padecido por la mujer del dimitido -que eso tiene que parar-, comprende que al hombre se le haya quitado el ceño y hasta su espantada comprende. Y es que el poder, con todo su oscuro atractivo, es más bien un soberbio castigo. Mucho mejor la aurea mediocritas.