La entrevista a Alfonso Guerra –segundo de a bordo de Felipe González en la época de esplendor del Partido Socialista Obrero Español–, publicada anteayer en uno de los diarios más importantes del país, habrá atraído la atención de los lectores con la edad que tengan como principal argumento. Para quienes vivimos, siendo jóvenes, la transición a la democracia tras la muerte del general Franco, lo que sucedió entonces se consideró como un verdadero milagro en el que la izquierda, la derecha, el ejército, los sindicatos y la iglesia aportaron mucho talento y no poco sacrificio para poder transformar de golpe una dictadura en un Estado de derecho sin que derramase ni una gota de sangre.

Para los de mi generación, leer a Alfonso Guerra recordando aquellos años supone un ataque de nostalgia. Por más que niegue la veracidad de algunas de sus frases más recordadas, como aquella en la que llamaba al presidente Suárez –quien llevó la brújula de la transición– “tahúr del Misisipi”, las palabras de Guerra nos devuelven a una época en la que los políticos disponían de sentido del Estado y no sólo de proyectos sobre su propio futuro personal. Pocos de los jóvenes de ahora podrán creer que había al frente de los partidos personas así.

Pero Alfonso Guerra aprovecha la entrevista para hablar también del presente político más candente. Y suelta una frase lapidaria que, por desgracia, parece del todo certera. A su entender, la izquierda actual no tiene el fuste necesario para defender al Estado tal y como lo conocemos desde hace cerca de cinco siglos. En realidad, quien era jefe de la oposición de derechas en los años más difíciles de la II República Española, José Calvo Sotelo, dijo algo parecido al afirmar que prefería una España roja que una España rota.

Carecer de un proyecto de Estado puede que se intente derivar de la manera como Pedro Sánchez ganó la moción de censura a Mariano Rajoy y del hecho de que, desde entonces, ha ido sobreviviendo mal que bien sin contar nunca con la mayoría necesaria para sostener un Gobierno digno de tal nombre. Pero en términos históricos no se puede justificar con el día a día y el decreto ley una etapa de tantísima trascendencia cono la que estamos viviendo con la doble crisis sanitaria y económica maniatándonos. Lo que no dijo Guerra, pero se deduce de sus palabras, es que el Partido Socialista Obrero Español como referente –de momento, al menos– de la izquierda está obligado a tener un proyecto de Estado. El que sea: federal, autonómico, centralista, incluso Estado en vías de liquidación, si se quiere, pero uno en concreto que presentar a quienes aspira a que sean sus votantes. Y comprometerse a defenderlo por encima tanto de intereses personalistas como de coyunturas que cambian con el paso de los días.