Todos tenemos derecho a equivocarnos alguna vez, incluso la ministra de Turismo. Esta buena mujer confundió ayer San Bartolomé de Tirajana con San Bartolomé de Tijuana, precisamente cuando estaba en un foro hablando del futuro del turismo canario: quería la señora Maroto referirse al emporio turístico de la costa de Tirajana, y le salió atropelladamente lo de Tijuana, que ya saben que es la segunda ciudad de México, fronteriza con los USA, y sede histórica del cártel de Benjamín Arellano Félix, una mafia criminal mexicana que vivió durante años dedicada al tráfico ilegal de drogas, el lavado de dinero negro y la liquidación física (descuartizamiento incluido) de su competencia, los del cártel de Sinaloa. La historia es bien conocida por los usuarios de Netflix, que nos hemos tragado las tres temporadas de la serie Narcos casi de corrido y robándole horas al sueño y las obligaciones.

La familia de los Arellano Félix, que hoy dirige el hermano de Benjamín, Enedina, ya no es lo que era hace treinta años, y el cártel sobrevive gracias a un acuerdo de vasallaje a los de la nueva generación de Jalisco –segunda organización criminal mexicana-, a cambio de cederles la ruta de Tijuana, por la que entra el setenta por ciento del tráfico con los Estates, y que los de Sinaola llevan intentando controlar desde hace décadas. Los más de dos mil muertos del año pasado en Tijuana –la cuarta parte de ellos sicarios de los tres cárteles narcos, el resto pobre gente que pasaba por allí- explican que el control de la ciudad y sus rutas aún sigue sin estar nada claro. Tijuana es hoy una de las tres ciudades de México con índices más elevados de crímenes en el país, con la policía más corrupta y con el mayor número de personas desaparecidas. En fin…

La ministra no vino por supuesto a hablar de eso: vino a contarnos –y es la verdad- que Canarias está en el momento preciso para comenzar a enderezar la peor crisis económica sufrida en sus últimos dos siglos, sólo comparable a las crisis históricas de los monocultivos de la caña, el vino y la cochinilla. La ministra no es (en absoluto) responsable de esta crisis, ni de que el turismo canario y balear (en realidad todo el turismo español) sigan esperando que su departamento diseñe un verdadero plan de rescate del sector, similar a los que se han realizado en otros sectores importantes para la economía, como el automovilístico o el transporte aéreo. A la ministra no se la puede acusar de no haber hecho nada, aunque en realidad no haya hecho nada, porque nada es lo que le han dejado hacer en estos catorce meses en los que el sector –sólo en Canarias- ha sufrido la pérdida directa de decenas de miles de empleos, sobre todo en las pequeñas explotaciones, en la restauración y el ocio nocturno, además de cambiar de manos la propiedad de más de un centenar de instalaciones alojativas que hoy permanecen cerradas. La ministra no es responsable de que aquí hayan resistido sólo aquellos que disponían de grasa suficiente para poder aguantar doce meses de inactividad, mientras los pequeños empresarios turísticos se escurrían uno tras otro hacia el pozo oscuro de la ruina.

La ministra en realidad no es responsable de nada. Ni siquiera de emular a Grande-Marlaska, incapaz de verbalizar ‘Arguineguín’. Mucho menos de confundir Tirajana con Tijuana: el ambiente en el que se movía ayer era especialmente propicio a tal confusión…